lunes, 31 de diciembre de 2007

Nuevo año

Otra vez en Buenos Aires.
Todo fue tan rápido que no llegué a saber qué prefería. Si avisar para que me vinieran a buscar, o no. En realidad no supe a quién avisar. La que podría haber venido era Paz, pero pasa fin de año en su pueblo.
Así que, no avisé.
El aeropuerto fue un infierno de gente yéndose. Mientras hacía los trámites de aduana tuve la sensación de que solo yo volvía. Las filas interminables y las caras de agobio eran las de los vuelos de salida.
La cinta trajo enseguida la misma valija que me llevé al irme. Pero que está llena con ropa nueva, otro perfume, otras músicas. Y el mismo cuaderno de hojas cuadriculadas, ahora casi a punto de quedarse sin cuadrados vacíos.
Cuando subí al remise y me preguntó la dirección, tardé en contestar. A San Telmo, le dije, después te indico la dirección exacta. Cuando bajamos de la autopista y el auto enfiló para el Bajo le pedí que doblara y me dejara en la puerta del hotelito que está frente a la plaza.
Al entrar recordé mi llegada aquel día a la pensión de Madrid. Y una vez en el cuarto, saqué el vestido más lindo que había comprado en Lavapies, los zapatos que estrené aquel domingo, y dejé todo preparado para después del baño.
Prendí la tele y encontré el canal en el que siempre pasan los festejos de fin de año en las distintas ciudades del mundo. Puse el volumen bien alto y me sumergí en la bañera llena de agua y sales de lavanda. Desde ahí y con los ojos cerrados fui escuchando los comentarios sobre la sobriedad de Londres, la majestuosidad de París, el despliegue de Roma, y la algarabía de Madrid.
Al escuchar Madrid me levanté como por reflejo y así, desnuda y chorreando agua sobre la alfombra, me paré frente al televisor. Allá ya pasó la última noche del año, pensé. Pero enseguida me sequé, me vestí, me pinté, me puse una gotas del perfume nuevo. Y salí.

No siempre regresar es volver al lugar del que nos fuimos. A veces es llegar a uno tan distinto que hay que aprender a reconocerlo de a poco.

La noche está bárbara. Hay muy poco movimiento, pero las calles no están desiertas. Caminé cerca de una hora hasta volver al restaurant del hotel. Ya está. Ahora solamente tengo que pasar el momento en el que, cuando avance un poco la noche, la silla de enfrente igual siga vacía. Creo que es lo más difícil. Después ya está. Todavía no sé muy bien por qué decidí esto. Pero estoy acá. Y mañana sí, ya volveré a casa. Seguramente también llamaré a mi hermano, a algunos amigos. O esperaré a que me den ganas de que eso suceda. No sé. Mientras tanto ya empiezo a pensar en los deseos para el año que está por empezar, en las ganas, en lo pendiente. Y sin tamizar nada de lo que se me aparece, lo escribo en las últimas páginas del cuaderno.

Empiezan a descorchar las bebidas. En pocos minutos van a dar las doce. Seguro que en el brindis todos los que estamos acá, solos o acompañados, vamos a chocar las copas y desearnos que el año que viene sea mejor para todos. Algunos mirarán a los ojos y sonreirán, otros bajarán la mirada por la vergüenza de la emoción, pero todos nos desearemos que lo bueno llegue y que lo malo se acabe.

Desde esta mesa se ve la luna. No está llena, pero está hermosa.






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lunes, 24 de diciembre de 2007

Regreso

El llamado fue breve. No dudé en marcar.
Te felicito. ¿Qué sentís? ¿A quién se parece?
Y después solamente esperar a que terminara con las palabras de siempre, que juran su amor por mí.

Si algo aprendí en todo este tiempo de distancia fue a entender que para él es así. Que él no eligió estar con ella y conmigo no. Él nos elige a las dos. Y está con quien lo elige a él. Si las dos lo hiciéramos, no tendría problema en sostenerlo.
De hecho, nunca quiso dejarme. El corte lo dí yo.

Y sí, Mauro ya es papá. Y está a miles de kilómetros de mí, con su mujer y su hijo. Y con su mail semanal diciéndome todo lo que me extraña. Yo, en cambio, estoy acá. Trabajando en lo que me gusta. Rebuscándomelas con esto de estar sola. Contestando a su mail semanal solo cuando realmente tengo ganas de hacerlo.
Y cada vez lo extraño menos.

Todavía no sé muy bien qué voy a hacer. Tengo que decidir si me vuelvo para Buenos Aires a fin de año o si acepto quedarme en Madrid y prolongar la beca un año más.

Recién, cuando colgué el teléfono, creí que me iba a largar a llorar. Pero no me salió ni una lágrima.

Creo que mañana reconfirmo el pasaje que tengo para el 30 con destino a Buenos Aires.




sábado, 1 de diciembre de 2007

Domingos

Muy lindos los zapatos de diseño nuevos, pero me están matando. El glamour cuesta, dice Fabiola. Y tiene razón.

En todos estos meses es el primer domingo que me visto como para salir, que elijo ropa especialmente, y que decido mandarme a caminar por Madrid sin ningún mapa. Jugando a no ser ni turista ni extranjera. Mezclándome con los que andan domingueando, en familia.
Y acá estoy, disimulando las ganas de aunque sea pedir prestada una por un rato. Sonriéndole a los nenes que me cruzan y me chocan mientras juegan a empujarse. Sonriéndole a las madres que debieron haberles advertido que tienen que tener más cuidado.

Sonriendo por no desentonar. Porque los domingos todos juegan a dejar sus preocupaciones de lado y se transforman en parte de una familia feliz. Hacen a un lado sus rutinas. Sus corridas. Sus horarios comprimidos. Y los encuentros fugaces con sus amantes.
El domingo es un día familiar y eso es así en Buenos Aires, en Madrid y en la China.

Entonces sonrío como si no hubiera nada más lejano de mí en este momento, nada más extranjero en mí, que formar parte de una familia.
La que tal vez algún día será, todavía no está ni en germen. Ni en proyecto. Tantas cosas primero. Tantas cosas antes de ni siquiera fantasear con cómo puede llegar a ser la familia que algún día tendré.
Y la otra, la que fue, ya no es. Y lo poco que queda de lo que era es apenas mi hermano, que está a miles de kilómetros de distancia de esta plaza en la que juegan los nenitos madrileños, aunque tal vez esté jugando con su hijita igual que estos que tengo enfrente ahora.

Antes sí fuimos una familia. Pero hace muchos años. Nunca una típica familia, pero sí fuimos una.
Papá, aunque no es más que unas cuantas fotos y un recuerdo difuso en un hospital mas inventado que recordado, siempre fue Papá. Yo no llegaba a los tres años cuando murió y desde ahí siempre fuimos una familia de tres más uno que ya no está. Hasta los quince. Ahí sí que todo cambió de estado. Yo, que era hija y hermana, pasé a ser padre y madre de mi hermano. Aunque él tuviera sólo un año menos que yo. Y eso pasó así, de un día para el otro. Los accidentes tienen eso. Son como parpadeos en medio de un giro del cuerpo. Abriste los ojos de nuevo y ya tenés otro paisaje enfrente.
Y sí, fuimos una rara familia de dos de ahí en más. Y ya después de unos años, ni siquiera eso. Cada uno agarró para un lado distinto, y apenas si nos vemos para las navidades y los cumpleaños.

Pero hasta los quince, aunque de tres más uno, sí que fuimos una familia con todas las letras. Mamá se esforzó siempre en cumplir con lo que cualquier madre cumple. Y ahí estaba, haciendo malabares con los tiempos del trabajo y los de la casa. Llegando tarde, pero llegando a las fiestas del colegio y a las reuniones de padres. Sentándose en la cocina a explicarme los números romanos que ni ella misma recordaba.

Y con ella también había domingos como el de esta plaza. Porque seguro que en algún momento de la tarde nos sacaba un rato de la casa. Qué bajón, si hasta me parece escuchar ahora mismo el sonido de la radio con el partido de fútbol, cuando volvíamos en el colectivo de vuelta a casa, cansados y en silencio.
Cuánto hacía que no me acordaba de todo eso. Miles de domingos en los que me olvidé de todo. Y sin embargo, es como si estuviera viendo en este momento a mamá planchando los guardapolvos para empezar el lunes una nueva semana. Mandándonos a bañar y aprovechando para quedarse un rato sola y escuchar algún tango, o a Serrat.
Y darse el lujo de poder llorar sin que le preguntáramos si esa vez también era por papá.

No doy más con estos zapatos. Ni bien pueda me los saco.
Me están haciendo doler hasta las lágrimas.



miércoles, 24 de octubre de 2007

El hombre sin tiempo

En este bar sí que ya soy de acá. Vengo tempranito. Me siento siempre en la misma mesa, la de la ventana que da al parque. Y ni bien me siento, el mozo me prepara directamente el café con leche y el pan tostado con oliva, como si viniera acá de toda la vida. No sé su nombre, pero para mí es otro Chino, como el de cerca de casa. Y dentro de poco no me extrañaría que ya me llame por mi nombre, o hasta quizás termine diciéndome Flaca. Y bueno, una vez acá sentada, recién ahí siento que empieza otro día.

Y acá estoy, con mi cuaderno de hojas cuadriculadas. Con mis libracos, mis papeles y más papeles llenos de clasificaciones. Con mis fugas por la ventana retrasando el comienzo. Con mi vuelta a los papeles y a las plantas. Rodeada del resto de los madrugadores, siempre los mismos, cada uno en su mesa, cada uno en su mundo. Todos acompañándonos.

Ése que acaba de entrar, en cambio, es nuevo. Qué personaje extraño. Con esos pantalones de vestir anchos y un poco gastados, pero prolijos, cuidados. Con esa camisa blanca impecable, abotonada hasta el último botón, marcando la ausencia de corbata. Y el pelo ondulado así, peinado para atrás, que muestra sin disimulo unas cuantas canas, pero no lo hace viejo. Para nada.
No podría darle una edad. Es como un hombre sin tiempo. Atractivo el gallego. Bah, no sé si es gallego. Pero sí, debe serlo. Y raro.

¿Justo enfrente te vas a sentar, hombre-sin-tiempo? Y encima acá, en este país en donde todos pelan sus notbucs con guairles, así, como si fueran cuadernos, ¿venís y sacás un libro? Un libro viejo y destartalado. ¿Cómo voy a hacer para no mirarte?

Imposible.

Lindas manos. Grandes, huesudas, con las venas bien marcadas. Me gustan esas manos en los hombres. No las de dedos como tallos todavía verdes, lisas y sin marcas. Es que ¿qué otra cosa hace a un hombre, hombre, si no son las marcas? Y no hay con qué darle a un hombre ya hombre. Y mirá que se me van siempre los ojos con los pendejitos llenos de fibra e ideales. Mirá que me pueden. Pero ay, cuando aparece un hombre de verdad. De esos que hay pocos. Ahí sí que me pierdo.

Y bueno, ahora voy a tener que esforzarme en concentrarme. Qué se le va a hacer. Pero por lo menos confirmo que soy yo. La Flaca de siempre. Y que no habían dejado de gustarme los tipos. Porque mirá que hay hombres en el laboratorio. Y en la pensión. Y por la calle. Pero ni uno, eh. Ni uno, hasta ahora.

Hace como una hora que estamos así, enfrentados. Y es más fuerte que yo, lo miro cada vez que puedo. Pero nada. Él y su libro. ¿Qué estará leyendo? Mejor vuelvo a mi clasificación, porque si no llego a las trescientas hoy, no llego con la entrega. Pero tiene pinta de leer a Poe, o a Lovecraft. Me encantaría que me leyera un cuento en voz alta en una casa vieja, con poca luz y casi sin muebles. Y morirme de miedo. Para que me abrace fuerte.
Debe tener voz grave, pausada. Y debe entonar las preguntas con un especial acento en las palabras largas. Putamadre, así no voy a volver más a las plantas. Pero más vale que por lo menos haga que sí. No me da para hacerme la lanzada como con el mocito del bar. Ojalá me diera pie. Si se me va el cuerpo de la silla.

Pero no. Él, apenas una mirada. Sólo una vez levantó la vista de su libro. Y la clavó directamente en mis ojos, sin necesidad de buscarlos. Como si no existiese otro lugar donde posarlos. Me traspasó por un instante, serio, calmo, y volvió a su mundo de papel.

Tengo que irme y no quiero. Pero le hago un gesto automático al Chino y ya viene con su bandejita y el papelito blanco con los numeritos del final. Final de nada. De mis ganas de más. Sólo de eso.
Y entonces junto las cosas haciendo ruido a papeles y a sillas moviéndose, con la ilusión de conmoverlo. Pero nada.
Una lástima.

En el momento en que abro la puerta y el ruido de la calle me gana, mi cuerpo ya está lanzado a otro ritmo, empiezo a acelerar el paso, sé que llego tarde. Atrás mío quedó la puerta, a punto de cerrarse, cuando escucho que adentro una voz gruesa pregunta ¿tú sabes cómo se llama?




domingo, 7 de octubre de 2007

Fragmento

... es que estoy aprendiendo, ¿sabés? Y no te hablo de trabajo (ése es todo un capítulo aparte que ya te contaré). Estoy aprendiendo a estar sola conmigo. Y acá sí que estoy sola. Porque salgo a la calle y sé muy bien que no voy a cruzarme con ningún conocido (¿te pasó eso alguna vez? es muy loca la sensación, estar viviendo, no paseando, en un lugar en el que lo cotidiano es totalmente ajeno). Y que a los que viven acá les importa un bledo de esta argentinita que viene por su beca de plantitas. Son amables, sí. Pero correctamente amables.
Y distantes.
Y yo voy y vengo de Atocha a la Plaza Mayor, de Lavapies al Retiro, como si huyera de algo. Camino rápido. Me veo en el reflejo de las vidrieras con los ojos desorbitados. Es que busco entender sus códigos. Intento leer las señales en sus gestos. Pero para mí son una nueva roseta. Todo a descifrar, todo a aprender. ¡Y si yo todavía no sé nada de mí! Del vamos siento que no sé nada. Que todo lo que estoy haciendo ahora no sirve de mucho si no termino de entenderme primero a mí. Recién ahí, después, creo que voy a poder con el resto.

Por eso no te enojes, amiga querida, si no doy tantas señales como quisieras. Si mis mails son cortos y dicen poco de lo que más te gustaría escuchar. Si quedamos en hablar y no siempre cumplo.
Si te parezco una desconocida ahora.
Yo misma no tengo idea de quien soy.
Estoy intentando entender. Lo estoy intentando.

Como intento igual ahora responderte algo de lo que me preguntás, sobre Mauro. Y sobre Rafa.
Y no sé, a Mauro creo que ...



viernes, 28 de septiembre de 2007

Asunto: botella al mar

De: maurofink@hotmail.com
Para: laflacamalentendida@hotmail.com


Flaca, Flaqui, Flac: ya sé, vos me pediste que no hiciera esto, pero yo no pensé que me sería tan difícil cumplirlo.

No sabés lo que vienen siendo estos 17 días desde que te fuiste, para mí (sí, los cuento). Te juro que no hubo uno solo en que no haya pensado en vos.

Te imagino a cada rato. Te pienso allá y me pone loco no saber si estás bien o no. Cómo te está yendo, si te la estás bancando. Y eso me desespera.

Me vuelvo loco pensando que esto puede ser el comienzo de una vida así, sin poder estar cerca tuyo y sin poder ni siquiera saber algo de vos. Y que encima yo ya no pueda hacer nada para cambiarlo.

Y te juro que me imagino tu cara al leer esto (si es que no cumplís lo que me dijiste, eso de que no ibas a chequear este mail) y te imagino riéndote de lo cursi que suena todo lo que acabo de escribirte, desde el asunto en adelante. Te conozco. Pero creéme que no me importa, porque es así, tal cual te lo escribo: ahora que no estás ni tengo forma de ubicarte, siento más que nunca lo boludo que fui, todo lo que te necesito, y no me puedo imaginar que tu vida vaya por un lado y la mía por otro, para siempre.

Sabelo, te quiero de verdad, Flac, te quiero en serio, como nunca quise a nadie. Y de la única forma que me banco todo esto es pensando que no puede ser verdad que vos y yo ya no tenemos nada que ver. Necesito pensar que algún día vamos a ser viejitos y nos vamos a acordar de toda esta época y nos vamos a reír mucho, muchísimo y te voy a mirar y te voy a decir que otra vez te salió esa cara de nenita que tenés cuando te reís así y vos no vas a parar de reírte y yo te voy a abrazar fuerte, bien fuerte.

Yo te espero, Flac. Y te amo.
Mauro

pd: perdoname por todo lo que te hice sufrir. No sabés como me arrepiento.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Del otro lado

La cartera con el pasaje, el pasaporte, los lentes oscuros de llorar, el libro de Clarice, el cuaderno de hojas cuadriculadas y la birome. Y el portaguita para poner entre la pollera y la bombacha.
Ya está todo. No me olvido nada. Cierro la valija y listo. Madrid me espera.

Fue una noche eterna que sin embargo pasó rápido. Mejor que ni me acosté, así me duermo todo en el avión y tengo menos tiempo para pensar qué sería peor, si morir ahogada en el medio del Atlántico o incendiada en la explosión de la caída.
Menos tiempo para inventar imágenes que todavía no tengo del aeropuerto de Barajas y de cómo voy a llegar a la pensión con semejante valija a cuestas.
Menos tiempo para elaborar una teoría de por qué Rafa no vino a la despedida y ni siquiera me llamó ni me mandó un mensaje.

Mientras me bañé no dejaron de aparecerme las imágenes inventadas de los lugares a los que voy a ir, de la gente a la que voy a conocer, mezcladas con pensamientos del estilo de no puedo creer que este tipo se borre así a último momento, nunca voy a entender la cabeza de los hombres, y menos sus intenciones.

Justo cuando salí del baño tocó el timbre Paz.
Vamos nena, ¿qué hacés todavía sin cambiarte? Te estuve llamando porque estaba segura que te ibas a atrasar, dale, apurate.
No escuché, es que me estaba bañando.
Sí, sí, me imaginé, por eso me vine directamente. Tendría que haberte dicho que pasábamos media hora antes así no estábamos tan hasta las manos.
Bueno, pará, no me retes más que no es para tanto. Si ya tengo todo listo, mirá, ya estoy, ¿ves? Andá llamando el ascensor que me pongo las botas y bajamos.

Al salir, miré para un lado y otro del departamento. Chau casita, hasta la vuelta, dije en voz alta. Agarré las llaves y apagué la luz. Cuando estaba cerrando la puerta alcancé a ver la luz roja del contestador titilando.
El mensaje de Paz mientras me bañaba, pensé sin dudarlo. Cerré la puerta y me fui.

En medio de la fila para despachar el equipaje, le pregunté a Paz si sólo me llamó para avisarme que venían o si había dejado algo más en el contestador.
¿Qué contestador?, yo no te dejé ningún mensaje en el contestador.
¿Cómo que no?, ¿en serio no fuiste vos?, bancame acá, ya vengo.
Pará loca, ¿a dónde vas?

Busqué un teléfono y llamé a casa. Y sí, el del contestador era Rafa. Escuché su mensaje. Corté y volví a llamar para escucharlo una vez más. Dudé en llamarlo, pero ¿qué le iba a decir?, ¿que no lo llamé porque lo esperé y como no vino pensé que prefería no verme?
¿Le iba a decir que corra a buscarme para que me quede con él?, ¿o que me espere, que si lo que nos pasa es realmente fuerte, tiene que poder superar esta distancia?
¿Lo iba a llamar para decirle que sí, que yo también...?
No, Flaca, los cuentos de princesas no existen. Y las películas de Hollywood son eso, películas de Hollywood.

No hizo falta explicarle nada a Paz cuando volví. Sólo me preguntó si estaba bien y me apretó fuerte la mano.
Mientras hacía los trámites mi pulso hacía temblar todo lo que agarraba. Pero las lágrimas no cayeron.

La despedida fue como suelen ser las despedidas en los aeropuertos. Llenas de gente extraña empujando en el medio de los abrazos y los besos empapados de augurios y recomendaciones.
Y fue como suele pasar en esas situaciones, en que todo transcurre en un tiempo distinto al de otros momentos. En el que todo se acelera hasta el momento en que cruzás la puerta que los deja a todos ellos allá, saludándote, y a vos acá, del otro lado de la puerta, empezando tu viaje del que todavía no sabés más que el lugar de destino.
Allá están Paz, Pablo, Fabiola y un montón de gente que no conozco. Y acá solamente estoy yo, con mi pasaje en la mano y a punto de embarcar.

Empieza el viaje, Flaca.
Mañana vas a estar en una nueva ciudad, en un nuevo trabajo, en una nueva casa, en una nueva cama.

No hay vuelta atrás.



domingo, 26 de agosto de 2007

Otra despedida

Fabiola estiró la mano con el vaso de fernet al grito de por el mejor viaje de tu vida, Flaca.
Y porque no pares hasta descubrir la planta del placer, agregó Paz riéndose. Se sumaron los vasos del resto de la mesa y Aníbal aprovechó para levantarse y hacer uno de esos discursos que tanto le gustan. Pobre, no es que no me importe, pero la verdad es que no lo escuché. Miré a la puerta, volví a sonreír y cabeceé en señal de agradecimiento. Sonreí para Mariela también, que queda rarísima en medio de este bar lleno de humo, ruido y música que en su vida habrá escuchado.

Volví a cruzarme con la mirada de Fabiola, que seguía cómplice mi fuga mental. Che, Fábiol, ¿de Rafa sabés algo?, ¿dijo si venía?
No sé, Paz nos mandó mail a todos, imagino que sí, no creo que te falle...
No, no me fallaría -me apuré a contestar intentando disimular un poco- después de todo él sabe que no me gustan las despedidas. Viste que éstas son ideas de Paz. Que cómo te vas a ir como si te fueras a Chascomús, que un viaje así merece una despedida con todas las letras, que dejá que yo me ocupo, que olvidate de todo, vos sos la agasajada.
Se nota que te quiere mucho Paz.
Sí, es como mi hermana, yo no sé que hubiera sido de mí sin ella en más de una. La miro del otro lado de la mesa y le guiño el ojo. Ella me responde el guiño y dice: siguen llegandooo...
Ya me parecía que no iba a dejar de venir, pienso mientras giro la cabeza hacia la puerta. Pero no, es Susana.
Pobre, te hicieron venir hasta acá a vos también, le digo mientras la abrazo.
¡Y cómo me la iba a perder, nena, te nos vas a cruzar el charco, no podía no estar acá!

El alcohol y la música hicieron lo suyo y al rato ya estábamos todos bailando. Todos, hasta Susana. Todos, menos Mariela que se fue antes porque es que me tengo que levantar temprano mañana para llevar a los chicos al colegio.
Y nos quedamos hasta que nos hicieron notar que el bar cerraba.

Paz y Pablo me acompañaron hasta mi casa. Estuvo lindo al final ¿viste, Flaca?, dijo mientras me abrazó fuerte. Ahora, no seas gila y no te pongas a pensar boludeces. Y llamame mañana si te parece que no llegás con todo. Si no, igual, hablamos durante el día y te pasamos a buscar a las ocho para llevarte a Ezeiza.

No supe cómo agradecerle. Pero eso no me preocupa, ella sabe bien que mis lágrimas en su hombro fueron eso, mi agradecimiento. Por estar en todo, hasta en lo que se me cruza por la cabeza.

Y sí, la verdad es que estuvo linda la despedida. Por momentos logré olvidarme de que estábamos ahí por mi viaje, de que yo no había querido esa despedida, y hasta me sentí como la novia o la quinceañera de la fiesta a la que todos agasajan. Y me olvidé por completo de que irme me asusta y hablé del viaje como lo mejor que me podía pasar en la vida.

Me logré olvidar de muchas cosas. Menos de Rafa.
Lo vi en cada uno que llegaba. Revisé el celular miles de veces esperando, por lo menos, un mensaje. Y lo imaginé en cada puerta que se abría.

Pero no, no vino.

lunes, 6 de agosto de 2007

Una despedida

Quedamos en el bar de siempre. Esta vez yo llegué primero y me senté en la mesa de la ventana, como la última vez. No me importó lo que pensaras, que si estaba ansiosa, que si tenía ganas de verte, que si hacía mucho que esperaba este momento. Llegaste y nos besamos, ya sin dudarlo, en la mejilla (pero nos miramos como creo que nos vamos a mirar siempre que nos encontremos, aunque seamos muy viejitos y pase lo que pase).
Y tardamos en hablar.

No sabía que te habías mudado a tu nueva casa. Ya sé, pero es tu casa. Ya la vas a sentir así, es cuestión de tiempo, ¿no?
No, no me llegó el mensaje. ¡En serio! ¿por qué voy a mentirte? Te lo hubiera respondido. No. La que me lo dijo fue Paz.
¿Y yo?, Ah...¿dónde voy a parar yo?... No, mejor no, dejémoslo así. Prefiero que no nos comuniquemos mientras estoy allá, sabés...
Es más, ya decidí que no voy a chequear el mail de siempre. Prefiero que no. No quiero estar pendiente de noticias tuyas, ni sentirme obligada a contestar nada. Ya sé, ya sé, no es lo mismo saber que podemos encontrarnos a la vuelta de la esquina. Pero es mejor así. Viste que igual, viviendo a veinte cuadras, no nos cruzamos nunca en estos meses. Es mejor. Dale, no vamos a buscarnos ahora excusas para volver a complicarnos la historia...
La beca, en principio, es por seis meses. Me imagino que será ése el tiempo que esté por allá (qué loco... cuando vuelva ya vas a ser papá). Eh...?... ¿Rafa?, no, prefiero no hablar con vos de Rafa. No empieces. Yo no te pregunto por María.
No sé, creo que no sé muy bien para qué te cité. Quizás porque sentí que no podía irme sin despedirme y porque tal vez cuando vuelva ya no dé ni para un encuentro como éste, qué se yo.

Pero ¿qué querés que te diga?, ¿qué querés escuchar? Claro que vos también aparecés en mi día a día, no te lo voy a negar. Pero espero que ya se nos vaya pasando, ¿no?
No, no es de superada, es de realista.
No sé si te acordás cómo nos separamos vos y yo. Digo, porque parece que acá yo soy el mal bicho y resulta que el que eligió en su momento, fuiste vos. No empieces con que no elegiste, Mauro. Claro que elegiste.
No, si no quiero pelear, pero... Bueno, bueno, está bien no sigo. Claro que no vine a eso. Sí, dale, decime.

Es que no existe el un día quizás... Mauro, ya lo sabemos...
Shhh. Dale, no sigas. Por favor. No la hagas más difícil.
Ojalá que no, no me gustaría seguir lamentando más cosas de esta historia.
No, por lo menos yo no vine a eso. Ya te dije, porque creo que no hubiera podido tomar ese avión sin despedirme de vos.

No, no quiero decirte nada más.
Y bueno, sí, será hasta cuando sea...



Chino, ¿nos cobrás?



miércoles, 1 de agosto de 2007

Boleto

Qué bueno, el último de los de uno está libre. Es mi asiento preferido. Y es donde cumplo con mi ritual colectivero: me acomodo, pongo el boleto en el borde del asiento de adelante -en la ranurita que queda entre el plástico del reborde y la fórmica del respaldo-, le doblo la puntita izquierda, y empieza el viaje. Muchas veces fantaseé con que algún día voy a volver a subir al mismo colectivo y voy a encontrar otro boleto mío. Nunca me pasó. Pero igual los dejo ahí.

Estos boletos no son como los de cuando era chica, los que te daba el colectivero y que los cortaba con la maquinita dentada. Eran lindos esos boletos. Tenían colores. Rayas. Números grandes. Coleccioné mucho tiempo los capicúas (¿dónde los tendré?, en algún lugar deben estar guardados). Me pasaba horas acomodándolos, por color y por orden de numeración.
Y después, los otros montoncitos que tengo por ahí guardados son los que tienen la letra de él con la suma de los números. La letra de él fue la pe en un momento, la jota en otro, y después hubo otras pero que no tuvieron su montoncito guardado.

A ver... cuánto hace que no saco la letra de un boleto. Uno más uno más cuatro, seis; más uno, siete; más cinco, doce; más cuatro: dieciséis. A, b, c, d,... o.
No conozco ningún hombre que tenga un nombre que empiece con la letra o.
Si salía la erre o la eme, se me terminaban todas las complicaciones. Todos los fantasmas y todas las dudas se resolvían porque mi camino hacia uno o el otro estaba "sellado en la tinta del destino".
¿Y si le agrego la che y la elle? Ahí da ene -y por una mi destino era Mauro-, pero no, nada de trampas, siempre fue el abecedario sin che ni elle, pero con eñe. Igual, el único que conozco con la letra ene es Nicolás, el cadete de la oficina. Y no me gusta ni un poco.
Así que, si San Boleto, al que hacía años que no consultabas, te manda una o empezá a pensar por qué, Flaca.

Pero... si hubiera salido Rafa o Mauro... rafa "o" mauro... ¿No será eso? Y sí, la verdad que es hora de dejar de patear la pelota para afuera, no?
No podés seguir con los dos todo el tiempo en la cabeza, Flaca. Y encima cada vez sos más confusa con ellos por no saber qué carajo hacer con lo que sentís.
Estás a días de tomar ese avión, ¿no pensás dejar de dar vueltas y aclarar de una vez cómo son las cosas, realmente, para vos?

Decidite, Rafa o Mauro.
O... ¿ninguno de los dos?


domingo, 15 de julio de 2007

Paz

Hoy es el cumpleaños de Paz. Y la de esta noche va a ser una de esas fiestas que yo nunca haría, pero que ella hizo siempre, y que le salen bien. Siempre se arman buenas fiestas en su cumpleaños. Esta vez, ambientada en los '70, allá iremos, todos muy hippies, todos muy psicodélicos.

En una hora me pasa a buscar Rafa. ¿Habré hecho bien en decirle de ir juntos? Tengo ganas de ir con él. Pero todo está tan raro con mi viaje. Bueno, pero ya está. Ya lo invité. Mas vale que le ponga onda. Y que me apure a cambiarme.

Me gusta como me queda esta ropa. Aunque me muero de vergüenza de salir así a la calle. Fabiola me prestó sus botas de caña alta que ella sí usa aunque no haya fiesta temática. Y con el vestido de mamá apenas arreglado -para que la mini quede mini-, parezco salida de una de esas fotos de cuando ella era joven y se reía mucho. "Sos un calco de tu madre" me dice siempre la tía. Un calco pero con unos cuantos centímetros menos, pienso yo. Igual me gusta cuando me lo dicen. Bah, ahora me gusta. Cuando era chica y mamá todavía estaba, lo odiaba. Pero bueno, el vestido está bueno, suerte que no lo regalé cuando desarmamos la casa. Siempre me gustó la tela, con este estampado violeta, verde y amarillo sobre el fondo blanco. Verlo colgado en el armario siempre me arrancó una sonrisa. Aunque nunca pensé que me lo pondría alguna vez. No uso muchos colores para vestirme. Soy más bien monocromática. Y menos éstos. Pero ahora que me veo en el espejo, no está mal. Nada mal. Tendría que animarme más seguido a ponerme estas cosas retro.Tienen lo suyo.

Uy, cuánta gente que hacía mil que no veía. O que por lo menos desde el cumpleaños pasado que no veía.
Qué linda que está hoy Paz. Se la ve contenta en serio. Le hace bien la relación con Pablo. Y sí, a quién no le hace bien una relación con alguien con quien te querés así, sin vueltas ni complicaciones. Se los ve felices.
Vení, Flaca, vamos a brindar por mis 35 y por tu viaje, me dice toda alborotada. Y después del choque de los vasos con mi segundo daikiri de la noche, la abrazo fuerte fuerte y le digo lo mucho que la quiero. Después, sigo el brindis con Rafa, que esta noche está mas hermoso que nunca, y también se lo digo. Él se rie, se acomoda la camisa ajustada adentro de los oxford que consiguió en la feria americana y me lleva de la mano al medio de la sala a bailar otra vez. Bailamos, nos abrazamos, me dice cosas al oído que no termino de entender pero que me erizan la piel. Me río y sigo dando vueltas.
Todo da más vueltas con el hombre que te gusta al lado y un poco de alcohol en las venas.

Me acerco a la barra para buscar otro trago. Y como si hubiera estado todo sincronizado para esta especie de Truman Show que a veces es mi vida, se abre la puerta que tengo justo enfrente mío, para dejarlos entrar. Y entran. Quedamos de frente Mauro, María, y yo. Le miro la panza a ella, los ojos a él y los dos tragos en mis manos. Me doy media vuelta y vuelvo a donde está Rafa eperándome.
Sabías que iban a estar, vos misma me lo dijiste, Flaca, pero si preferís, nos vamos, me dijo.

Igual nos quedamos. Y seguimos tomando y bailando toda la noche.

Mauro se me acercó en un momento, pero nos dijimos poco. Me preguntó cómo estaba y agregó un ...me enteré que te salió la beca y me alegra en serio, porque sé lo que laburaste para eso, Flaca. Pero no lo noto contento.
Después a mí apenas me salió un ¿y para cuándo es que esperan...?

Ahora no me acuerdo bien si me dijo noviembre o diciembre. Y ahora no me acuerdo bien si me dijo algo más o no.
Estoy muy mareada y vine al baño a ver si me mojo un poco la cara y me siento mejor.
Y estoy acá, sentada frente al inodoro y todo me da vueltas aunque ahora no tenga al hombre que me gusta al lado.
Aunque sí tengo mucho más alcohol en las venas. Y la sangre corre más densa. Y me siento mal, intoxicada. Como atragantada de cosas extrañas que se me metieron por adentro del cuerpo y no tienen por dónde salir. Quiero que se me vaya esta sensación de una vez. No puedo vomitar. Quiero vomitar y largar todo ya, pero no me sale.
Y sé que Rafa me espera afuera del baño y no quiero que me vea así. Y no quiero que María esté esperando un hijo de Mauro. Y tengo miedo de estar sola en España y no poder bancármelo. Y no sé por qué no logro desengancharme del todo de Mauro. Y se me descosió el dobladillo del vestido que era de mamá y yo la extraño mucho ahora. Y quisiera que esté acá para arrumarme, hasta quedarme dormida.
Entra Paz y me abraza, y me dice estás muy borracha, Flaca, vomitá, intentá vomitar, dale. Yo me quedo acá con vos.

Pero no vomito. Lo único que me salen son lágrimas. Por los ojos, y por la nariz. No paro de llorar.
Y yo ya no quiero llorar más.


domingo, 8 de julio de 2007

Rafa

estuvo desconcertado unos cuantos días. Sabía que algo del encuentro que tuvieron la última vez había cambiado las cosas con la Flaca pero, por otro lado, no alcanzaba a entender del todo su repetido silencio. Y por eso, había preferido no forzar nada y silenciarse también.

Pero hoy en un impulso, camino a la oficina, como era temprano, pasó por un puesto de flores y eligió la gerbera naranja más naranja que encontró y al llegar la dejó en el escritorio de la Flaca con una notita que sólo decía que tengas un día así....

Fueron llegando uno a uno todos los compañeros de la oficina. Y cada uno que entraba comentaba algo sobre la flor que esperaba a su dueña en el escritorio. Aníbal empezó a conjeturar sobre quién podía ser el remitente de ese regalo: un romántico, sin dudas... y justo con ésta que está más loca que una cabra, pobre tipo, no sabe en la que se mete.
Fabiola, en cambio, enseguida lo miró a Rafa y sonrió, aunque silenció el comentario que hubiera querido hacer.

La Flaca llegó casi una hora más tarde y desde que iba abriendo la puerta se escuchaban las explicaciones de su tardanza, como si hablara con ellos ya desde el ascensor ...lo que pasa es que los tipos se piensan que una tiene todo el tiempo del mundo para esperarlos, disculpen, en serio, quise avisar pero no tenía crédito y si me iba de la cola tenía que volver a hacerla y era peor. Bueno, pero por lo menos esta vez fue por una buena noticia: me aprobaron la beca y me voy, chicos, ¡me tomo la licencia y me voy a España!

Cuando lo terminó de decir ya estaba frente su escritorio.
Y a la flor.
Mientras todos la saludaban y felicitaban, sus ojos le intentaban explicar a Rafa algo que ni ella sabía muy bien qué explicación tenía.

En el momento en que la mejilla de Rafa estuvo casi pegada a la de ella y su voz impostaba ante todos un felicitaciones Flaca, te lo merecías, la voz de ella, bajito y al oído, le decía es hermosa, lindo... te voy a extrañar.



domingo, 24 de junio de 2007

Volví a mirar para afuera,

y otra vez para la oficina, buscando aliados para mi silencio. Pero no, estábamos solos.
Él, gigante, parado frente a mi escritorio, con las manos apoyadas en mi cuaderno y el cuerpo inclinado hacia mí, esperando. Yo, diminuta, hundida en la silla y mirándolo mientras ensayaba adentro de mi cabeza palabras que no salían.
Levanté los hombros y las cejas, se me agrandaron los ojos y el colmillo de arriba se me clavó en el labio de abajo conteniendo la risa nerviosa que se escapaba, más allá de mi voluntad.
Rafa también sonrió, pero él movía la cabeza para un lado y para el otro como dibujando un "no" cómplice de mi imposibilidad: ay, Flaca, Flaca... qué voy a hacer con vos...

¿Tenerme un poquitín de paciencia?
, le dije con el hilito de voz que me salió en medio de la batucada de palpitaciones que era todo mi cuerpo en ese momento.

A las dos horas estábamos en mi casa quitándonos, uno al otro, la ropa empapada. Y después nos frotamos, nos acariciamos, nos lamimos, nos olfateamos y nos descubrimos un poquito más. Y otro poco, y otro.

Anoche durmió en mi cama. Mientras él se ducha y yo preparo el desayuno me acuerdo del momento en el que sentí que su respiración cambiaba, el cuerpo se relajaba y su brazo, pesado, me envolvía. Después dormimos toda la noche abrazados.
Y mientras se calienta el agua y el olor a tostadas inunda todo, me doy cuenta que desde que me levanté que me estoy riendo. Que voy y vengo por la casa mientras me río.
Y que hacía mucho que no me reía así.





(elis regina se ríe con "vou deitar e rolar + aviso aos navegantes")

lunes, 18 de junio de 2007

Hace muchos días que llueve.

Desde acá casi no se diferencian los edificios del cielo. Es un paisaje todavía más monótono que el de costumbre.

De todas formas esta mañana para mí la lluvia funcionaba como una especie de imán que me obligaba a mirar todo el tiempo para afuera. Nunca me habían llamado tanto la atención esas oficinas de enfrente que tienen los vidrios como espejados. Será que el agua los mojaba y les daba un brillo distinto, no sé.
¿Querés o no? me preguntó Fabiola con el brazo extendido y el mate en la mano.
Sí, sí, perdón, no me había dado cuenta
.
Estás re colgada hoy, ¿en qué andás Flaca?
En la lluvia,
y sonreí. Estiré el brazo para llegar al mate y cuando lo traía hacia mí me choqué con la pierna de Rafa, que entraba a la oficina por la puerta que hay detrás de mi escritorio. Nos agachamos intentando hacer algo con el enchastre de yerba desparramada por la alfombra y él rozó con su dedo pulgar el mío, que todavía apretaba fuerte el mate como si fuera un trofeo. Está bien que hoy no me tocaba venir, pero no es para recibirme así ¿no?, hola nena, susurró con una sonrisa.
A mí no me salió nada mucho más ocurrente que una especie de no cómo vas a pensar eso disculpame es que no te había sentido entrar esperá que voy a buscar algo para limpiar esto perdoná en serio, así, todo junto y casi pegado a un beso tan torpe como el golpe con el mate en la pierna.
Todo eso mientras rebotaba desde mi cabeza hasta el medio de mi estómago ese hola nena y mis ojos se desviaban de los suyos de una manera casi grosera.

Cuando volví a la oficina todos lo rodeaban y lo escuchaban contar su reunión del viernes con el gerente ...vamos a tener que cambiar el acuerdo que hicimos, fijate, las cosas no están igual desde la auditoría del mes pasado, acá nadie dice nada claro pero las cosas no andan bien, cómo justifico yo la excepción que se venía haciendo con vos, vas a tener que venir todos los días... Y todos cabeceaban con gesto de reprobación y pedían más detalles de lo que habían hablado.
Aníbal, como siempre, lo primero que hizo fue putear contra el gerente que se la da de buenito pero a la primera de cambio, si tiene que salvarse solo no va a dudarlo ni un segundo y nos deja a todos en la calle sin el menor remordimiento. Y el resto asentía con la cabeza y se contagiaba de comentarios y ejemplos anteriores. Ya conocidos por todos.
¿Pero cómo vas a hacer, Rafa?, ¿vas a poder con el trabajo en el diario también?, si este tipo sabe bien cómo es tu situación, interrumpió Susana.
Qué se yo, no me queda otra, de alguna forma me voy a arreglar, pero sí, me parte al medio...
Todos siguieron opinando. Yo fui y vine de la oficina a la cocina dos veces, con el trapo y la yerba mojada y sin decir una sola palabra.

Al rato la oficina volvió al ritmo de siempre. Cada uno sentado en su escritorio, detrás de la pantalla que tiene asignada, con su teléfono y sus papeles. Porque acá adentro es así, todos somos una computadora con un código de acceso, un teléfono con un número de interno y un lugar que nunca cambiaremos hasta que nos cambien de lugar o dejemos de trabajar para la empresa.
Sin embargo, de vez en cuando volvía a hablarse del tema de Rafa y se deducían más consecuencias de la famosa auditoría.

Rafa me miró más de una vez, como lo hace desde hace tiempo, con esa mirada que pregunta o que dice cosas que los demás no entienden.
Yo, como desde aquél día que estuve en su casa, no pude hablarle ni con los ojos, ni con la voz, ni con nada.

El edificio de enfrente ya no brilla tanto como a la mañana. ¿Los que trabajan ahí, detrás de los espejos, sí podrán vernos a nosotros?, ¿cómo será vernos desde afuera? Ya falta poco para irnos y no deja de llover. Ese grupito que cruza la avenida, todos con los paraguas del mismo color, parecen de una publicidad. Qué graciosos que quedan.
Me voy a empapar. Para variar, no traje paraguas.

La pregunta de Rafa me despabiló: Flaca, ¿hasta cuándo me vas a seguir evitando?
Cuando levanto la vista y lo veo ahí, parado delante de mi escritorio, miro al rededor.
Ya se fueron todos.




(caetano canta y pregunta algo parecido en "sozinho")

domingo, 10 de junio de 2007

Ya deben estar todos.

Qué lento que está el tránsito hoy en el microcentro. Bah, hoy no. Siempre es así de denso. Pero estoy llegando tarde y detesto cuando llego y ya están todos.
Seguro que entro y están en la típica charla de los lunes, poniéndose al día y contando lo que hizo cada uno en el fin de semana. En pleno intercambio de películas, salidas, cenas y paseos.

A veces siento que la vida de los otros es tanto más comentable que la mía. O será que yo cuento poco.
Podría probar hoy y contar lo del viernes en el bar con el mocito. Le daría al anecdotario de siempre un tono bien diferente. Porque si de algo no se habla es de ese tipo de cosas. No, por lo menos, mientras lo que te dejen es un sabor amargo o ese vacío con el que anduve todos estos días. Se cuentan los aciertos, los logros. Y lo intrascendente.

De todas formas, me río de solo imaginar los ojos de Mariela al escuchar cómo terminó esa noche. Creo que no vuelve a dirigirme la palabra nunca más. Ella siempre tan correcta, tan felizmentecasada, tan madre abnegada, tan aburrida.
Al que seguro le gustaría escuchar una historia así es a Aníbal. Se saldría de la vaina por ponerse en la piel del mozo y vivir un levante como ése. Él, que siempre se la pasa buscando en las series de la tele la historia que le llene el alma de las aventuras que nunca va a vivir, y que se hace un festín de ratones con cada boca, cada teta o cada culo que le ofrece la pantalla. Aunque después tendría que aguantármelo más meloso que nunca. Qué pesado se pone cuando le entra la onda qué seductor que soy.
Y en cambio Susana, pobre, se preocuparía. Me parece escucharla: ay, nena, tenés que tener más cuidado donde te metés. Hay tanto loco suelto. Vos te merecés alguien bueno y sano. No cualquiera que lo primero que quiera es llevarte a la cama.
Aunque yo tampoco haya querido otra cosa que ir a la cama con él, Susana no podría admitirlo como una posibilidad. Las mujeres no somos así para ella.

En cambio Fabiola me entendería. Con ella tenemos esa especie de conexión más allá de las palabras que está buena. Nunca hablamos demasiado de las cosas de cada una, no somos amigas por fuera del trabajo, pero igual me une a ella un afecto distinto que al resto. Y sé que es recíproco. Creo que si un día nos sentáramos a hablar fuera de la oficina nacería una amistad de esas que hacen bien. No sé por qué nunca lo hicimos.

Y por suerte hoy no va Rafa. No podría contar algo así delante de él.

De todas formas, no sé para qué pienso todo esto si cuando llegue lo que menos voy a hacer es contar lo que hice el fin de semana.
Seguramente sonreiré y diré: nada del otro mundo. Dando paso a lo de este mundo, el que podemos compartir todos.

Pero, ¿tendrá otro mundo Mariela más allá de los logros de sus hijos?, ¿y Aníbal, y Susana...?
¿O realmente serán mundos más mostrables los de los otros?

No sé, mejor me callo.
Si igual para todos ahí adentro ya soy la misteriosa, la complicada.
La rara.

("gentileza" por marisa monte)

sábado, 2 de junio de 2007

- Nos encontramos allá,

y mirá que no vuelvo a atender el teléfono, no me dejes plantada.
Paz no aceptaba que quisiera volver a quedarme en casa otro viernes a la noche, como el anterior y el anterior y el sábado pasado y el otro. Paz no quería otra vez mi silencio. Ni volver a tener que arrastrarme hasta la ducha, obligarme a que me bañe, llevarme a la rastra hasta el psiquiatra, seguirme de cerca para que tome la medicación, no. No quería eso ni para mí ni para ella. Cuando cortó pensé en eso, la imaginé pidiendo por favor no tener que volver a bailar atrás de mi depre.

Agarré la campera, el gorro, la mochila y salí.

- Siempre igual este bar, siempre lleno, mirá que hace años que venimos ¿eh?, y no paran de laburar estos gallegos. Acá estamos medio apretadas, pero me parece que igual está bien ¿no?, dice al verme entrar.
- Da igual, lo importante es que lo lograste y acá me tenés.
Yo sonrío, ella pone cara de dejatedejoderysentatedeunavez.
- Ahora decime, ¿cómo no íbamos a hablar de todo lo que pasó, Flaca?, ¿cómo ibas a guardarte todo eso adentro?, me imagino lo que habrá pasado por tu cabeza en todos estos días. Pero, ¿cómo me voy a enterar por Mauro de todo esto?, ¿no pensabas decírmelo?
Y yo no supe qué contestar. No sé si pensaba decírselo o no. Quizás no, es verdad.
- Que se yo, era una cuestión de él, ¿qué teníamos que hablar nosotras de eso?

(se acercó abriéndose paso entre la gente y las mesas, y capturó mis ojos unos pasos antes de llegar a la nuestra, sonrió sin dejar de mirarme, preguntó qué nos íbamos a servir, pasó el trapo, levantó la propina que le habían dejado, volvió a sonreír sin apartar sus ojos de mis ojos y se perdió otra vez entre la gente y las mesas)

- Es nuevo ¿no?, no está nada mal.
- Qué se yo, sí, creo que sí, pero ¿me estás jodiendo, Flaca?, oíme, ¿cómo que no tenemos nada que hablar?, ¿te creés que no sé lo que te pasa a vos con todo eso? Qué me importa que Mauro no tenga idea de lo que hace de su vida, y mucho menos que el nuevo mozo esté bueno. Vos sos mi amiga. Me importás vos, y lo sabés. Te conozco y sí que hay mucho que hablar. Ahora dale, dejate de decir huevadas y empezá a contarme.
- Ya lo sé, nena, ya lo sé. Es que no sé ni por dónde empezar.
Pero empecé. Y de pronto estaba en aquel otro bar con Mauro demacrado y poniéndose serio y diciendo la palabra hijo. Y yo impávida y sin palabras, otra vez…

(volvió con los dos chops helados, volvió con sus ojos hipnóticos, me sonreí para él, para sus ojos, aceptando el desafío. y entonces mis ojos buscaban doblegar a los de él, que sonreía sin sacarlos de los míos, mientras acomodaba un chop, el otro, apenas mirando de reojo la mesa, e intentando no perder en la pulseada ocular)

…y después mi caminata por las calles iluminadas con esa luz distinta que hay cuando caminás en horas en que nunca lo hacés, llevando a cuestas mi desierto en medio de la ciudad. Y de pronto, estar cerca de lo de Rafa…

(de lejos igual seguía el juego, el bar lleno de gringos y de porteños snob entre los que dos ojos conducían mi cabeza como si fuera una marioneta, para un lado y para otro. ojos que se acercaban o se alejaban, que se perdían y volvían a aparecer para tomarme de rehén)

… y poder llorar en su abrazo y la película con chocolate y el beso. Y otra vez a casa, sola y sin poder volver a salir mas que a trabajar y porque no me queda otra. Y evitarlo a Rafa todos estos días más allá de la oficina…

(trajo los nuevos chops que le pedimos, y cada vez nos miramos con más impunidad, delante de Paz que seguía hablándome, y de los de la mesa de al lado que estaban cerca, cerquísima. y me perdí en su mirada y me dejé llevar, sin importarme nada, me dejé raptar, me olvidé de todo. allá iba yo, a donde me llevaran sus ojos)

Y Paz, entre todo lo que hablamos -porque igual hablamos, no sé cómo, porque yo era dos ojos en dos ojos, pero hablamos y mucho-, de vez en cuando me decía cosas como Flaca no empieces, te vas a meter en otro quilombo en medio del quilombo, cómo sos, Flaca, no te escapes con la primer sonrisita que se te cruza, estás dolida, estás confundida, no te enganches en pendejadas y dejá de mirar al mozo ése, dale, contame más de Rafa si no querés seguir hablando de Mauro, dale que me late que ese tipo te quiere bien, …
Y el bar quedó cada vez más vacío, Paz y yo seguimos hablando, él y yo nos seguimos mirando.

Y encandilada y sin tener idea de lo que hacía ni decía, terminé esa noche subiéndome a un taxi con un mozo con dos ojos y sin nombre. Y llegué a una casa que no recuerdo ni dónde queda, pasé de un living donde había gente que no conozco a un cuarto del que sólo recuerdo una cama ya usada en la que cogimos como dos animales que una vez que se olieron no pudieron hacer otra cosa que cogerse así, sin palabras, ni caricias, ni nada. Y cuando se me cerraron los ojos a fuerza del máximo goce, recién cuando se me cerraron los ojos y todo acabó, me sentí descolocada, vacía y triste, otra vez.



sábado, 26 de mayo de 2007

No volví.

Caminé sin parar toda la tarde. Ni sé por dónde estuve, ni como llegué hasta ahí. Abrí el celular: estoy cerca de tu casa, ¿estás?
Ví la silueta de Rafa ya en la puerta y recién cuando lo tuve cerca, pude llorar. Tal vez antes no pude por miedo a no parar nunca más. Me abrazó en silencio, me sostuvo fuerte, me dejé sostener por sus brazos y lloré. Sentí vaciarme de lágrimas ahí mismo, contra su pecho y él, paciente, esperó. Cuando empecé a tranquilizarme oí su voz que me decía al oído ¿querés contarme, o mejor no?
Mejor no
, balbuceé.
Entonces otra vez sus dedos rodearon toda mi mano y apretó su palma contra la mía con fuerza. Empezó a caminar por el pasillo, por la escalera, guiándome despacio hasta llegar a la puerta del departamento 4. Acá vivo yo, bienvenida, me dijo mientras hacía un gesto de reverencia invitándome a pasar.
Después de ofrecerme un vaso de agua, de miles pedidos de disculpas y de miles de sonrisas ante cada pedido, después de dejar definitivamente claro que era mejor no hablar de lo que me había pasado esa tarde, él se puso a despejar un poco de cosas así tenemos por lo menos donde sentarnos y yo, en silencio, a ayudarlo. Y cuando ya estuvimos un rato largo como si jugáramos a las escondidas, merodeando por todo el ambiente que es su departamento, uno y otro por distintos rincones, se acercó, me agarró de la cintura dejándome de espaldas a él y me dijo: ¿te quedás un rato más?: fideos con salsa de hongos, un vinito rico, una película y un chocolate con almendras de postre…¿querés?
Asentí con la cabeza y nos pusimos a cocinar. Los fideos estuvieron riquísimos, el vino ayudó a devolverme sonrisas veraderas, la película fue La lección de piano y el chocolate acompañó cada escena. La vimos juntos por primera vez, aunque cada uno ya la había visto antes. La disfrutamos en silencio, atentos, apenas rozándonos las manos por momentos, y en otros dejándonos librados a las ganas de hacer de cuenta que estábamos ahí porque no podía haber otra posibilidad que ésa: estar juntos.
Durante la película lloré otra vez. Lloré por ella y lloré por mí. Pero esta vez no tuve miedo de vaciarme en el llanto.

Cuando terminó, despegué la cabeza del huequito de su pecho y le pedí que llamara un taxi. Sí, mejor me voy, me hiciste demasiado bien esta noche y no vaya a ser que me acostumbre. Sonreímos.
Cuando llegamos a la puerta de calle me dio vuelta y me besó. Reconocí el gusto que me había dejado ese último beso en la puerta de mi casa y disfruté el reencuentro. Y en ese instante que duró su beso el cuerpo entero -que creí disecado por completo un rato antes- se me humedeció, por dentro y por fuera. Fue como recuperar hasta el último mililitro de líquido perdido en las lágrimas lloradas horas atrás sólo con un beso. Con su beso.

Hace rato que estoy sola en casa y no puedo sacarme algunas escenas de la cabeza. Y mientras las repienso y las revivo no puedo dejar de preguntarme: ¿será que hay hombres que no pueden hacer otra cosa que mutilarnos, mientras que otros están hechos para desearnos deseantes?, ¿son tan hombres unos como otros?, ¿cómo es posible diferenciarlos?
Y yo... ¿qué clase de hombres elijo yo?




domingo, 20 de mayo de 2007

Está más flaco.

Siempre lindo, pero está como demacrado. Ya en el reflejo de la ventana se nota. Me sonríe detrás de las sombras que hace el árbol de la calle en el vidrio (con esa sonrisa que tanto me gusta), evito volver a mirarlo para que no se me note y entro. Cuando me acerco a darle un beso los dos titubeamos, pero finalmente nos damos un beso en la mejilla. Me sonrío, él ya no. Sentados una vez más en la mesa de siempre en el bar de siempre, me pregunta cómo estoy, sin esperar realmente una respuesta -lo noté en el tono de su voz y sólo me encojí de hombros para darle paso a sus palabras-. Y entonces, mirándose los dedos inquietos que juguetean con la cucharita del café, empieza a hablar y no para, como si se le acabara el tiempo.
Mirá flaca, hace como un mes que mi vida se transformó en un infierno... estuve por llamarte muchas veces y no me dio la cara. Para mí esto es muy difícil, y sé que para vos también va a serlo de alguna forma ... por eso tardé en llamarte. Te juro que no sé cómo decírtelo, pero no podía seguir pasando el tiempo sin que lo supieras y quería que fuera por mí. Flaca, -me dijo mirándome a los ojos por primera vez- María está embarazada. Y es mío. Te juro que no entiendo nada. Las cosas se me fueron de las manos hace tiempo. Yo no quería esto. No paro de hacer cagadas. Todo me sale al revés de lo que quiero. Porque yo te quiero, Flaca, te quiero a vos, pero hago todo mal. Y ahora esto. Voy a tener un hijo que no busqué, que ni siquiera imaginé. Y no sé qué carajo hacer con todo esto. No entiendo nada, Flaca. Y no te pido a vos que me entiendas tampoco, pero te juro que yo quiero estar con vos. Y una cosa es ese hijo, del que me voy a hacer cargo, claro, pero otra es ella. Yo no quiero estar con ella, yo te quiero a vos. Pero es todo una mierda. No sé si voy a poder hacer bien las cosas alguna vez. No sé qué carajo hacer de mi vida, entendés?
Sobrevuelo el bar, a metros de distancia, lo sobrevuelo lentamente. Podría detenerme donde quisiera, descender, formar parte de esa conversación, contestarle, llorar, o gritar. Pero no, sobrevuelo esa mesa, la de siempre, veo su cara demacrada y desconcertada, y mi silueta dibujada como si estuviera realmente ahí. Nos veo, a la distancia, lo escucho cada vez más lejos. Escucho cada vez más fuerte mi corazón, rebotando en las paredes de mi pecho, cada vez más rápido, más intenso, cada vez más corazón y menos cuerpo. Más corazón y menos oidos. Sus frases empiezan a despeluzarse en el aire: no elegí. flaca, te amo. tiempo. por favor, flaca, dale, decime algo. hijo. maría. no te quedes así. boludo. perdoname, otra vez. flaca... Hasta que terminan convirtiéndose en sonidos indescifrables para mí, que estoy a metros de distancia, a años de distancia, perdida una vez más en la inmovilidad del abandono más absoluto, otra vez como cuando era chica y estaba frente a aquellas fotos blanco y negro de papá, con su sonrisa congelada y su mirada que me miraba sin verme nunca más. Viendo la escena como si viera la maqueta de mi propia película y yo fuera, a la vez, aquella que fui frente a las fotos, y la que soy hoy frente a él.
- Y vos, Flaca, ¿qué vas a querer?, me sopapeó la voz del Chino, con la sonrisa pegada a la cara mientras limpiaba la mesa, apurado como siempre.
- Nada, Chino, yo ya me iba.

Intento decir algo, realmente lo intento. Pero no me sale una sola palabra.
Mauro ya dejó de vomitar sus culpas y de pretender mi opinión, mi perdón, mi compasión. Y cuando pasó un rato en que los dos miramos a lados distintos como si jugáramos a no conocernos, en silencio, me levanto.
Y me voy.



domingo, 13 de mayo de 2007

No está mal volver hoy.

Aunque ir a la oficina cada vez me pesa más. Y cuantos más días paso sin ir, peor. Pero es lunes, y los lunes Rafa no viene. Quizás no estaría mal verlo. Ver qué me pasa. Qué nos pasa. Fue todo tan raro. La salida de la oficina como cualquier día, terminar en aquel telo, su mano, la caminata bajo la lluvia, el beso. Y después, el silencio de todos estos días -y en el silencio su cuerpo, su mano, esa ceja apenas levantada al escucharme, la risa, el beso-. Pero no, mejor así, mejor que no esté hoy. No va a ser un día fácil. Mauro insistió en vernos al mediodía para hablar y no pude negarme. Ayer cuando llamó me tomó por sorpresa, no esperaba su llamado, y menos su pedido, y dije bueno. No dije ni , ni claro, ni yo también quiero. Dije bueno, y eso bastó para quedar en almorzar en el lugar de siempre. Pero no está bueno. Me cuesta verlo. Me doy cuenta que sigo enojada, triste, dolida. Y que no tengo nada de qué hablar.
Casi tres años, algunos proyectos, una llegada a destiempo, un velo corrido y una charla de adiós. Aunque suene extraño, a eso se resume nuestra historia hoy, y tal vez sería mejor no intentar cambiarla. Pero en su pedido había cierta certeza de que debíamos vernos. Tal vez fue eso lo que me convenció. No sé. ¿Habrá pasado algo? O no, tal vez simplemente sea que su amor por mí es mas fuerte que todo, y aún sabiéndose no merecedor de mi perdón, me necesite y me extrañe y no pueda hacer otra cosa que buscarme. Me sonrío al pensarlo. Cuánta novela vista y leída, Flaca. Se te fue la mano. Pero bueno, lo concreto es que me inquieta el encuentro. Se lo notaba ansioso en su llamado.
Por suerte llegué a la oficina temprano y solo está Fabiola. Todavía medio dormida me recibe con una sonrisa y un te extrañamos Flaca, ¿cómo fue todo?, ¿llegaste con lo que tenías que presentar? -gesto y pregunta que registro con sinceridad y cariño, digno de ella y de muy pocos más acá adentro-. Mientras retribuyo con un genuino gracias Fábiol, sí, presenté todo, pero no sé qué me costó más, si llegar con el proyecto o entrar hoy acá, me voy sentando en mi escritorio y comienzo con el ritual cotidiano. Prendo la compu, guardo la cartera en la cajonera, doy vuelta las hojas del organizador hasta llegar al día de hoy, pongo la clave en el correo, y mientras va abriendo, voy en busca del primer café.
Cuando vuelvo, en medio de la larga lista de mensajes en rojo, los ojos se me van directo al que en el asunto dice:
... sé lo difícil que es volver...

y cuando lo abro continúa: ... por eso quería darte los buenos días, y desearte que la vuelta desde tu luna no sea tan difícil como lo imaginás y que hoy el sol brille, aunque sea un poquito, para vos.
otro beso, rafa.
No puede hacerme esto...
Releí el mensaje unas diez veces antes de poder ponerme a trabajar.

sábado, 5 de mayo de 2007

Agarrame de la mano y sacame de acá,

pero agarrame bien fuerte y vámonos lejos. Empecemos de nuevo esta historia que todavía no empezó. Olvidémonos de este arrebato de hoy y conquistémonos. Enamorame hasta que no pueda hacer otra cosa que buscarte -a vos, no a tu cuerpo-. Mostrame tu forma de querer. Descubrí la mía. Y no me preguntes nada más por ahora. No busques entenderme porque ni yo misma me entiendo. Sacame de acá, dale..., le dije al oído. Me miró por el espejo, sonrió, me dio vuelta muy despacio y me abrazó muy fuerte. Y susurró ...no sé si sé cómo se hace, lo estuve intentando todo este tiempo.
Al rato nos vestimos sin hablar. Agarramos nuestras cosas y antes de abrir la puerta extendió su mano. Apoyé mi palma en la suya y entonces sus dedos envolvieron y sujetaron fuerte toda mi mano.
Salimos y era un día gris, lloviznaba. Igual caminamos muchas cuadras. No sé cuántas. Muchas. Primero en silencio, después, de a poco, empezamos a hablar de cosas sin importancia, de cosas casuales, intrascendentes, verdaderas. Y nos reímos, mucho. Varias veces me encontré mirándolo de reojo, redescubriéndolo en los gestos que durante tanto tiempo me fueron imperceptibles, pero que en ese momento podía reconocer como propios de él. Su forma de tocarse la nariz al reír, o esa ceja apenas levantada mientras me escuchaba con atención... Gestos bien de Rafa. Del mismo Rafa al que veo, desde hace más de un año, tres veces por semana en la oficina y por el que hasta ahora nunca me había sentido atraída. Todo era muy extraño y hasta por momentos parecía irreal. Pero el tiempo que duró la caminata me olvidé de aquel espejo, de mi angustia y de la lluvia.
Cuando llegamos a la puerta de casa no supe bien qué hacer aunque sin pensarlo mucho más le ofrecí subir. No, nena...andá, ya va a haber tiempo..., y me dio un beso tan dulce y sensual que deseé que no terminara nunca.

Ya pasaron dos semanas. Hoy tengo que entregar los papeles de la beca y me tomé una licencia para escribir hasta terminar. Todos estos días me la pasé definiendo objetivos y proponiendo nuevos recortes de estudio para las plantas de siempre. Paz dice que me fugué de todo y me refugié en los papeles. Puede ser, pero no me quedaba otra.
En todos estos días Mauro no llamó, Rafa tampoco.
Yo pensé en los dos.

domingo, 15 de abril de 2007

Los dos boca arriba,

mirando al techo. Me hace acordar a esa escena de Perdidos en Tokio que tanto me gustó. Pero nosotros no somos ellos. Te veo y me veo, desnudos, sudados, extenuados. Hace unos minutos estábamos comiéndonos el cuerpo con el cuerpo. Y yo sentía que me dejaba perder en vos como hacía tiempo no me pasaba. Y te abrazaba fuerte buscando que te fueras conmigo. Y en ese instante no existían las palabras, ni los pensamientos, ni nada que no fuera tu cuerpo y el mío, jugando a conocerse y a provocarse más, otro poco más. Te veo y me veo en el espejo. Tu mano apenas toca la mía en un roce lento y acompasado. Y yo, que te veo al lado mío y todavía lo busco a Mauro en esa imagen, no puedo responder a tus caricias, y contengo el llanto. Quizás hubiese sido mejor que el espejo me devolviera una imagen como la de ellos dos en la peli, vestidos en la misma cama, deseándose con la mirada, hablándose, conociéndose con palabras. No estamos vestidos, como ellos. No hablamos ni nos quedamos dormidos acompañándonos. No entiendo qué hago acá, en este hotel, con vos. No sé si fue lo mejor. Quisiera preguntarte, como ella le pregunta a él sobre la vida. Quisiera contarte y que me escuches. Ojalá no hayamos echado todo a perder. Tu cuerpo me gusta. Vos me gustás. Me gustó mucho tenerte en mi cuerpo. Pero estoy muy angustiada ahora, y quisiera estar sola, para poder llorar.

miércoles, 11 de abril de 2007

Casi no nos miramos a los ojos.

Creo que vine preparada para escucharte, y hasta para entender. Pero no estoy preparada para mirarte a los ojos. Será que me es difícil volver a mirarte con los mismos ojos en los que quedaron grabadas aquellas imágenes, no sé. Y a vos te costará por vergüenza, o por tristeza, o por no saber qué hacer con el dolor que te devuelven mis ojos. Tampoco sé. Pero casi no nos miramos.
Vos me hablás del antes, de mi distancia, de mi reclusión en la beca, de mi falta de interés de estos últimos tiempos. También hablás de tu confusión, de tu dejarte llevar por lo que de entrada sabías que no conducía a otra cosa que a esto. Y de lo que me amás. Y me decís muchas otras cosas. Algunas las registro bien, otras ni las oigo. Otras prefiero olvidarlas. Yo casi no hablo. Ni de mi amor, ni de nada. Sólo te agredo con palabras sueltas y me silencio hasta la incomodidad. Te provoco con preguntas de las que los dos sabemos la respuesta. Después te escucho más allá de lo que vos mismo estabas dispuesto a decir. Descargo mi humillación. Me tranquilizo. Reflexiono.
Y entonces lloramos juntos. Puteamos. Rercordamos. Sonreimos. Hasta nos acariciamos las manos. Pero todo eso, casi sin mirarnos a los ojos.
Y ya en la calle, parados los dos en la puerta del bar, escucho tu adios, Flaca, cuidate..., y cuando tus manos levantan despacio mi cara, yo cierro los ojos y siento cómo unos labios -que ya no saben a vos- se apoyan en un beso, tibio, sobre los míos. Y recién ahí entiendo.
Casi no nos miramos a los ojos. Ya no veríamos lo que veíamos al mirarnos.

lunes, 2 de abril de 2007

Prefiero esperar.

No estoy lista para hablar ahora (¿cuándo se está listo, en realidad, para enfrentar al dolor sabiendo que uno va a su encuentro?) ... y en serio tal vez me merezco esto y mucho más, pero démonos aunque sea la posibilidad de hablar, dale... beso, Flaqui, te amo... Y yo, parada ahí, frente al contestador, mientras miro la luz roja titilando pienso que no, no puedo todavía hablar con él sin desmoronarme del todo.
Ya pasó una semana. No sé medir el tiempo en términos lógicos. No puedo saber si "ya es hora de que hablemos de lo sucedido" o no. Pero tengo las marcas de la imposibilidad en el cuerpo. No, todavía no.
Son las once de la noche, por suerte ya es una hora tolerable para meterme en la cama sin sentir que lo único que quiero hacer es eso, meterme en la cama. No soporto verme así, sentirme así, me desconozco. Ni siquiera toqué un solo papel del proyecto en toda esta semana. Eso no me lo perdono. Sí, ya sé, es entendible, no fue cualquier semana. Pero de todas maneras, no me lo perdono. Mañana retomo sí o sí. Aparte, los plazos me corren. No voy a llegar si sigo sin escribir. Laburé mucho en este proyecto, no puedo dejarlo caer ahora. Qué bien me vendría que me acepten la beca. La distancia ayudaría, claro que ayudaría. Tengo que conectarme con eso, sí, y dejar de pensar todo el tiempo en Mauro y en lo que pasó. Igual, me gane o no la beca, antes tengo que resolver las cosas con él. Es lo que corresponde. Bah, lo que corresponde... como si él hubiera hecho las cosas como corresponde. Pero bueno, me conozco, y yo no podría irme sin arreglar antes las cosas con él. Aunque de acá a que presente todo y salgan los resultados falta tanto. Me gustaría desmaterializarme y materializarme de nuevo dentro de dos meses, con la beca ganada, y ya en España. Qué bronca, me vendría bárbaro viajar ya mismo y patear el tablero aunque sea una vez. Patear el tablero, qué expresión antigua. Tengo que enfrentarlo, tenemos que hablar. Más vale no dejar pasar más tiempo. Mejor me dejo de dar vueltas y me duermo. Mañana retomo la beca. Mañana lo llamo. De mañana no pasa.
Entra un mensaje al celular. Es de Rafa, ... viste qué linda está la luna hoy?...
Sonrío. No sé si contestarle. Mejor me duermo. Mañana retomo la beca, mañana llamo a Mauro, de mañana no pasa, sí que vi la luna hoy, siempre miro la luna.
Sonrío.

domingo, 1 de abril de 2007

Qué se yo.

No sé si lo intuía. No sé si lo imaginaba, o si lo sabía. Qué se yo. Todo quedó como en un antes y un después, entendés? Y ahora no puedo pensar en lo que me pasaba antes. Sí que te entiendo, me dice Paz mientras saca la pava del fuego. Pero bueno, intento ayudarte a encontrar por qué pasó lo que pasó. ¿No estarías descuidando mucho la relación con Mauro con esto de tu focalizarte en lo tuyo, me dice haciendo con los dedos el gesto de comillas para focalizarteenlotuyo?, ¿no pensaste en que quizás vos tenés algo de responsabilidad en todo esto? Y ojo, que no estoy justificando lo que hizo, pero bueno, qué se yo, estas cosas no se dan de un solo lado, nunca. Pero por favor, Paz, no me vengas con psicologismos a esta altura. Mauro me está poniendo unos cuernos así de grandes con una mina que yo misma le presenté ¿y vos me venís con que las cosas no siempre son de un solo lado?, ¿encima de boluda tengo que sentirme culpable, ahora? Disculpame, Flaca, no me malinterpretes. Te juro que no quise hacerte sentir peor, en serio. Al contrario. Intento ayudarte a pensar de dónde viene todo esto. Pero tenés razón, quizás no sea éste el momento, me dice, y se estira hacia mí hasta que sus manos me acarician el brazo una, mil veces. Automáticamente las lágrimas vuelven a chorrearme la cara, el cuello, todo. Otra vez lloro. Otra vez enmudezco. Otra vez me invaden esas imágenes. Mauro, María, yo llegando... Yo paralizada.
Y otra vez me siento en medio de una soledad que ya conozco, en la que ya estuve otras veces, y de la que quisiera escapar para siempre. Esa misma soledad en la que me sentaba a mirar esas fotos de papá que ya me conocía de memoria, en silencio y esperando a que mamá -o alguien, cualquiera- pasara cerca y, con una palabra, me rescatara de esa mirada absorta en la sonrisa congelada, en el movimiento construido, en la imposibilidad de formar parte de esa escena, pero de la que me apropiaba para, aunque sea, tenerlo de algún modo.

viernes, 30 de marzo de 2007

6 p.m.

Ni un minuto más. Ya cierro todo y me voy. No veo la hora de llegar a casa. El día duró años. No me distraje nada, pensé todo el tiempo. Mauro llamó dos veces y no lo atendí. María ninguna. Yo no llamé a nadie. Me sé todos los detalles del capítulo de ayer, como si no me lo hubiera perdido. Rafa me trajo un marroc cuando volvió de su almuerzo. Y yo, por lo menos, no lloré.

jueves, 29 de marzo de 2007

Qué difícil estar acá.

La oficina está más ruidosa que nunca. Todos entran y salen, tipean en sus computadoras, suenan los teléfonos, hablan fuerte, se ríen, comentan el programa de ayer. Y a mí me pesan los ojos. Me laten. Debo estar hecha un monstruo. Nadie me dijo nada, pero se me debe notar en la cara. Es indisimulable. Encima las cosas acá no están como para faltar. Si en cualquier momento caen a auditarnos. Igual, ¿qué hubiera hecho?, ¿quedarme en casa dándome máquina?, ¿llorando, puteando, tirada en la cama? Mejor era despejarme. Pero no me despejo nada. No paro de pensar. Por lo menos no estoy tirada en la cama. Ellos siguen riéndose sobre el programa de ayer. Cómo te lo perdiste Flaca, me dicen. No sabés qué bueno que se puso. De los mejores capítulos. Qué lástima que no lo viste. Justo ayer. A vos, que te gusta tanto cuando se arman esas situaciones entre ellos dos, y que parece que no van a poder resolver nunca. Los guionistas son geniales, eh. Hay que ver cómo lo resuelven la semana que viene. No te lo podés perder, no. Y yo sonrío como si estuviera prestándoles atención. Intento comentar algo. No me sale mucho, pero ellos no se dan por enterados. Vuelvo a mi teclado, a mi pantalla, a trabajar, o por lo menos, a hacer que trabajo. Levanto la vista. Todos siguen en la suya menos Rafa. Él me mira. Me sonríe. Como preguntándome qué me pasa, o como diciéndome sé que te pasa algo. Le sonrío. Vuelvo a bajar la mirada. Trago saliva, miro el teclado. No quiero que se me escape una sola lágrima.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Esas imágenes.

En medio de la oscuridad, no puedo sacarme esas imágenes de la cabeza. Mauro, María, yo llegando. Mauro sin darse cuenta. María mirándome a los ojos. Yo paralizada. Mauro dándose vuelta. María separándose de su cuerpo. Mauro mirándome a los ojos. Yo paralizada. Mauro acercándose. María diciéndole pará, dejame explicarle a mí. Mauro pidiéndome no te pongas mal. María agarrándome de la mano y llevándome a la otra sala. Yo sacándome su mano de encima. Yo sintiendo mis latidos más fuertes que sus voces. María pidiéndome perdón. Mauro buscando abrazarme. Yo diciéndole que es un hijo de puta. Yo queriendo no mirar para donde estaba María. Mauro diciéndome dale, vámonos y hablamos tranquilos. Yo con el cuello mojado, con la cara mojada, con los ojos hirviendo. Hijos de puta, son dos hijos de puta. Y yo la más boluda. Mauro diciéndome no, no digas eso. María diciéndome no, no digas eso. Digo lo que se me canta.
Después Mauro abrazándome. Los dos llorando. Mauro diciéndome que se siente un pelotudo, que nunca tendría que haber pasado eso, que lo único que le importa es que yo lo perdone, que se dejó llevar pero que ahora se siente el más boludo, que me ama, que lo perdone, que él no se lo va a perdonar nunca, pero que yo lo perdone, por favor. Yo como sedada, anestesiada, dopada, mirándolo llorar, buscando explicar, abrazándome, diciendo te amo, perdoname, perdoname. Yo como dopada, con el cuello mojado, la cara mojada, los ojos hirviendo, hinchados. Anestesiada. Diciéndole vamos, nos esperan en la fiesta.
Lavémonos la cara y vamos.

martes, 27 de marzo de 2007

Me sobresaltó un trueno.

Siempre me sobresaltan los truenos. Los relámpagos no cumplen, en mi caso, la función de avisar lo que se viene. Yo me sobresalto igual. De todas formas, esta vez no vi la luz del relámpago antes de que estallara el ruido. Es que estaba muy dormida creo.
Se me abrieron los ojos de golpe, yo sé que se me abrieron de golpe. Pero es como tenerlos cerrados. Está todo oscuro. Totalmente oscuro. Miro para el costado y no encuentro las luces verdes de la hora que me orientan en medio de la noche desde la mesa de luz. No hay números. No tengo idea de la hora. No hay luz.
(estiré la mano buscando tu hombro, para darte vuelta despacio hasta que te acomodaras a mi cuerpo y te quedaras, cucharita, abrazándome fuerte, tanteé sólo una vez, no estabas)
Esta noche yo decidí dormir sola. Estoy muerta de miedo. A oscuras.
Afuera diluvia y yo estoy sola.

lunes, 26 de marzo de 2007

Dije no.

Lo dije. Pero no escuchaste cuando te lo dije. Y a partir de ahí todo fue un malentendido. Porque vos seguiste ahí, en medio de la fiesta, bailando e insistiéndome para que bailemos juntos un tema, y otro. Una cerveza, otra y otro tema más.
Ni siquiera escuchaste que yo te dije no. Y te lo dije. Si hasta te movía la cabeza cuando te lo decía. Pero vos, que querías quedarte ahí, olvidándote de todo lo que había pasado antes de entrar, creiste que era el movimiento de mi cabeza al bailar. Pero era un no. Yo dije no y vos no te diste por enterado.
Por eso el malentendido.
Por eso tu sorpresa ahora, que ya salimos de ahí y llegamos a la puerta de casa y vos estás por entrar como cualquier otro día. Y yo te digo no. Acá, parados los dos, sin música, ni baile, ni nada. No, hoy no. Prefiero dormir sola.