viernes, 28 de septiembre de 2007

Asunto: botella al mar

De: maurofink@hotmail.com
Para: laflacamalentendida@hotmail.com


Flaca, Flaqui, Flac: ya sé, vos me pediste que no hiciera esto, pero yo no pensé que me sería tan difícil cumplirlo.

No sabés lo que vienen siendo estos 17 días desde que te fuiste, para mí (sí, los cuento). Te juro que no hubo uno solo en que no haya pensado en vos.

Te imagino a cada rato. Te pienso allá y me pone loco no saber si estás bien o no. Cómo te está yendo, si te la estás bancando. Y eso me desespera.

Me vuelvo loco pensando que esto puede ser el comienzo de una vida así, sin poder estar cerca tuyo y sin poder ni siquiera saber algo de vos. Y que encima yo ya no pueda hacer nada para cambiarlo.

Y te juro que me imagino tu cara al leer esto (si es que no cumplís lo que me dijiste, eso de que no ibas a chequear este mail) y te imagino riéndote de lo cursi que suena todo lo que acabo de escribirte, desde el asunto en adelante. Te conozco. Pero creéme que no me importa, porque es así, tal cual te lo escribo: ahora que no estás ni tengo forma de ubicarte, siento más que nunca lo boludo que fui, todo lo que te necesito, y no me puedo imaginar que tu vida vaya por un lado y la mía por otro, para siempre.

Sabelo, te quiero de verdad, Flac, te quiero en serio, como nunca quise a nadie. Y de la única forma que me banco todo esto es pensando que no puede ser verdad que vos y yo ya no tenemos nada que ver. Necesito pensar que algún día vamos a ser viejitos y nos vamos a acordar de toda esta época y nos vamos a reír mucho, muchísimo y te voy a mirar y te voy a decir que otra vez te salió esa cara de nenita que tenés cuando te reís así y vos no vas a parar de reírte y yo te voy a abrazar fuerte, bien fuerte.

Yo te espero, Flac. Y te amo.
Mauro

pd: perdoname por todo lo que te hice sufrir. No sabés como me arrepiento.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Del otro lado

La cartera con el pasaje, el pasaporte, los lentes oscuros de llorar, el libro de Clarice, el cuaderno de hojas cuadriculadas y la birome. Y el portaguita para poner entre la pollera y la bombacha.
Ya está todo. No me olvido nada. Cierro la valija y listo. Madrid me espera.

Fue una noche eterna que sin embargo pasó rápido. Mejor que ni me acosté, así me duermo todo en el avión y tengo menos tiempo para pensar qué sería peor, si morir ahogada en el medio del Atlántico o incendiada en la explosión de la caída.
Menos tiempo para inventar imágenes que todavía no tengo del aeropuerto de Barajas y de cómo voy a llegar a la pensión con semejante valija a cuestas.
Menos tiempo para elaborar una teoría de por qué Rafa no vino a la despedida y ni siquiera me llamó ni me mandó un mensaje.

Mientras me bañé no dejaron de aparecerme las imágenes inventadas de los lugares a los que voy a ir, de la gente a la que voy a conocer, mezcladas con pensamientos del estilo de no puedo creer que este tipo se borre así a último momento, nunca voy a entender la cabeza de los hombres, y menos sus intenciones.

Justo cuando salí del baño tocó el timbre Paz.
Vamos nena, ¿qué hacés todavía sin cambiarte? Te estuve llamando porque estaba segura que te ibas a atrasar, dale, apurate.
No escuché, es que me estaba bañando.
Sí, sí, me imaginé, por eso me vine directamente. Tendría que haberte dicho que pasábamos media hora antes así no estábamos tan hasta las manos.
Bueno, pará, no me retes más que no es para tanto. Si ya tengo todo listo, mirá, ya estoy, ¿ves? Andá llamando el ascensor que me pongo las botas y bajamos.

Al salir, miré para un lado y otro del departamento. Chau casita, hasta la vuelta, dije en voz alta. Agarré las llaves y apagué la luz. Cuando estaba cerrando la puerta alcancé a ver la luz roja del contestador titilando.
El mensaje de Paz mientras me bañaba, pensé sin dudarlo. Cerré la puerta y me fui.

En medio de la fila para despachar el equipaje, le pregunté a Paz si sólo me llamó para avisarme que venían o si había dejado algo más en el contestador.
¿Qué contestador?, yo no te dejé ningún mensaje en el contestador.
¿Cómo que no?, ¿en serio no fuiste vos?, bancame acá, ya vengo.
Pará loca, ¿a dónde vas?

Busqué un teléfono y llamé a casa. Y sí, el del contestador era Rafa. Escuché su mensaje. Corté y volví a llamar para escucharlo una vez más. Dudé en llamarlo, pero ¿qué le iba a decir?, ¿que no lo llamé porque lo esperé y como no vino pensé que prefería no verme?
¿Le iba a decir que corra a buscarme para que me quede con él?, ¿o que me espere, que si lo que nos pasa es realmente fuerte, tiene que poder superar esta distancia?
¿Lo iba a llamar para decirle que sí, que yo también...?
No, Flaca, los cuentos de princesas no existen. Y las películas de Hollywood son eso, películas de Hollywood.

No hizo falta explicarle nada a Paz cuando volví. Sólo me preguntó si estaba bien y me apretó fuerte la mano.
Mientras hacía los trámites mi pulso hacía temblar todo lo que agarraba. Pero las lágrimas no cayeron.

La despedida fue como suelen ser las despedidas en los aeropuertos. Llenas de gente extraña empujando en el medio de los abrazos y los besos empapados de augurios y recomendaciones.
Y fue como suele pasar en esas situaciones, en que todo transcurre en un tiempo distinto al de otros momentos. En el que todo se acelera hasta el momento en que cruzás la puerta que los deja a todos ellos allá, saludándote, y a vos acá, del otro lado de la puerta, empezando tu viaje del que todavía no sabés más que el lugar de destino.
Allá están Paz, Pablo, Fabiola y un montón de gente que no conozco. Y acá solamente estoy yo, con mi pasaje en la mano y a punto de embarcar.

Empieza el viaje, Flaca.
Mañana vas a estar en una nueva ciudad, en un nuevo trabajo, en una nueva casa, en una nueva cama.

No hay vuelta atrás.