lunes, 31 de diciembre de 2007

Nuevo año

Otra vez en Buenos Aires.
Todo fue tan rápido que no llegué a saber qué prefería. Si avisar para que me vinieran a buscar, o no. En realidad no supe a quién avisar. La que podría haber venido era Paz, pero pasa fin de año en su pueblo.
Así que, no avisé.
El aeropuerto fue un infierno de gente yéndose. Mientras hacía los trámites de aduana tuve la sensación de que solo yo volvía. Las filas interminables y las caras de agobio eran las de los vuelos de salida.
La cinta trajo enseguida la misma valija que me llevé al irme. Pero que está llena con ropa nueva, otro perfume, otras músicas. Y el mismo cuaderno de hojas cuadriculadas, ahora casi a punto de quedarse sin cuadrados vacíos.
Cuando subí al remise y me preguntó la dirección, tardé en contestar. A San Telmo, le dije, después te indico la dirección exacta. Cuando bajamos de la autopista y el auto enfiló para el Bajo le pedí que doblara y me dejara en la puerta del hotelito que está frente a la plaza.
Al entrar recordé mi llegada aquel día a la pensión de Madrid. Y una vez en el cuarto, saqué el vestido más lindo que había comprado en Lavapies, los zapatos que estrené aquel domingo, y dejé todo preparado para después del baño.
Prendí la tele y encontré el canal en el que siempre pasan los festejos de fin de año en las distintas ciudades del mundo. Puse el volumen bien alto y me sumergí en la bañera llena de agua y sales de lavanda. Desde ahí y con los ojos cerrados fui escuchando los comentarios sobre la sobriedad de Londres, la majestuosidad de París, el despliegue de Roma, y la algarabía de Madrid.
Al escuchar Madrid me levanté como por reflejo y así, desnuda y chorreando agua sobre la alfombra, me paré frente al televisor. Allá ya pasó la última noche del año, pensé. Pero enseguida me sequé, me vestí, me pinté, me puse una gotas del perfume nuevo. Y salí.

No siempre regresar es volver al lugar del que nos fuimos. A veces es llegar a uno tan distinto que hay que aprender a reconocerlo de a poco.

La noche está bárbara. Hay muy poco movimiento, pero las calles no están desiertas. Caminé cerca de una hora hasta volver al restaurant del hotel. Ya está. Ahora solamente tengo que pasar el momento en el que, cuando avance un poco la noche, la silla de enfrente igual siga vacía. Creo que es lo más difícil. Después ya está. Todavía no sé muy bien por qué decidí esto. Pero estoy acá. Y mañana sí, ya volveré a casa. Seguramente también llamaré a mi hermano, a algunos amigos. O esperaré a que me den ganas de que eso suceda. No sé. Mientras tanto ya empiezo a pensar en los deseos para el año que está por empezar, en las ganas, en lo pendiente. Y sin tamizar nada de lo que se me aparece, lo escribo en las últimas páginas del cuaderno.

Empiezan a descorchar las bebidas. En pocos minutos van a dar las doce. Seguro que en el brindis todos los que estamos acá, solos o acompañados, vamos a chocar las copas y desearnos que el año que viene sea mejor para todos. Algunos mirarán a los ojos y sonreirán, otros bajarán la mirada por la vergüenza de la emoción, pero todos nos desearemos que lo bueno llegue y que lo malo se acabe.

Desde esta mesa se ve la luna. No está llena, pero está hermosa.






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lunes, 24 de diciembre de 2007

Regreso

El llamado fue breve. No dudé en marcar.
Te felicito. ¿Qué sentís? ¿A quién se parece?
Y después solamente esperar a que terminara con las palabras de siempre, que juran su amor por mí.

Si algo aprendí en todo este tiempo de distancia fue a entender que para él es así. Que él no eligió estar con ella y conmigo no. Él nos elige a las dos. Y está con quien lo elige a él. Si las dos lo hiciéramos, no tendría problema en sostenerlo.
De hecho, nunca quiso dejarme. El corte lo dí yo.

Y sí, Mauro ya es papá. Y está a miles de kilómetros de mí, con su mujer y su hijo. Y con su mail semanal diciéndome todo lo que me extraña. Yo, en cambio, estoy acá. Trabajando en lo que me gusta. Rebuscándomelas con esto de estar sola. Contestando a su mail semanal solo cuando realmente tengo ganas de hacerlo.
Y cada vez lo extraño menos.

Todavía no sé muy bien qué voy a hacer. Tengo que decidir si me vuelvo para Buenos Aires a fin de año o si acepto quedarme en Madrid y prolongar la beca un año más.

Recién, cuando colgué el teléfono, creí que me iba a largar a llorar. Pero no me salió ni una lágrima.

Creo que mañana reconfirmo el pasaje que tengo para el 30 con destino a Buenos Aires.




sábado, 1 de diciembre de 2007

Domingos

Muy lindos los zapatos de diseño nuevos, pero me están matando. El glamour cuesta, dice Fabiola. Y tiene razón.

En todos estos meses es el primer domingo que me visto como para salir, que elijo ropa especialmente, y que decido mandarme a caminar por Madrid sin ningún mapa. Jugando a no ser ni turista ni extranjera. Mezclándome con los que andan domingueando, en familia.
Y acá estoy, disimulando las ganas de aunque sea pedir prestada una por un rato. Sonriéndole a los nenes que me cruzan y me chocan mientras juegan a empujarse. Sonriéndole a las madres que debieron haberles advertido que tienen que tener más cuidado.

Sonriendo por no desentonar. Porque los domingos todos juegan a dejar sus preocupaciones de lado y se transforman en parte de una familia feliz. Hacen a un lado sus rutinas. Sus corridas. Sus horarios comprimidos. Y los encuentros fugaces con sus amantes.
El domingo es un día familiar y eso es así en Buenos Aires, en Madrid y en la China.

Entonces sonrío como si no hubiera nada más lejano de mí en este momento, nada más extranjero en mí, que formar parte de una familia.
La que tal vez algún día será, todavía no está ni en germen. Ni en proyecto. Tantas cosas primero. Tantas cosas antes de ni siquiera fantasear con cómo puede llegar a ser la familia que algún día tendré.
Y la otra, la que fue, ya no es. Y lo poco que queda de lo que era es apenas mi hermano, que está a miles de kilómetros de distancia de esta plaza en la que juegan los nenitos madrileños, aunque tal vez esté jugando con su hijita igual que estos que tengo enfrente ahora.

Antes sí fuimos una familia. Pero hace muchos años. Nunca una típica familia, pero sí fuimos una.
Papá, aunque no es más que unas cuantas fotos y un recuerdo difuso en un hospital mas inventado que recordado, siempre fue Papá. Yo no llegaba a los tres años cuando murió y desde ahí siempre fuimos una familia de tres más uno que ya no está. Hasta los quince. Ahí sí que todo cambió de estado. Yo, que era hija y hermana, pasé a ser padre y madre de mi hermano. Aunque él tuviera sólo un año menos que yo. Y eso pasó así, de un día para el otro. Los accidentes tienen eso. Son como parpadeos en medio de un giro del cuerpo. Abriste los ojos de nuevo y ya tenés otro paisaje enfrente.
Y sí, fuimos una rara familia de dos de ahí en más. Y ya después de unos años, ni siquiera eso. Cada uno agarró para un lado distinto, y apenas si nos vemos para las navidades y los cumpleaños.

Pero hasta los quince, aunque de tres más uno, sí que fuimos una familia con todas las letras. Mamá se esforzó siempre en cumplir con lo que cualquier madre cumple. Y ahí estaba, haciendo malabares con los tiempos del trabajo y los de la casa. Llegando tarde, pero llegando a las fiestas del colegio y a las reuniones de padres. Sentándose en la cocina a explicarme los números romanos que ni ella misma recordaba.

Y con ella también había domingos como el de esta plaza. Porque seguro que en algún momento de la tarde nos sacaba un rato de la casa. Qué bajón, si hasta me parece escuchar ahora mismo el sonido de la radio con el partido de fútbol, cuando volvíamos en el colectivo de vuelta a casa, cansados y en silencio.
Cuánto hacía que no me acordaba de todo eso. Miles de domingos en los que me olvidé de todo. Y sin embargo, es como si estuviera viendo en este momento a mamá planchando los guardapolvos para empezar el lunes una nueva semana. Mandándonos a bañar y aprovechando para quedarse un rato sola y escuchar algún tango, o a Serrat.
Y darse el lujo de poder llorar sin que le preguntáramos si esa vez también era por papá.

No doy más con estos zapatos. Ni bien pueda me los saco.
Me están haciendo doler hasta las lágrimas.