domingo, 15 de abril de 2007

Los dos boca arriba,

mirando al techo. Me hace acordar a esa escena de Perdidos en Tokio que tanto me gustó. Pero nosotros no somos ellos. Te veo y me veo, desnudos, sudados, extenuados. Hace unos minutos estábamos comiéndonos el cuerpo con el cuerpo. Y yo sentía que me dejaba perder en vos como hacía tiempo no me pasaba. Y te abrazaba fuerte buscando que te fueras conmigo. Y en ese instante no existían las palabras, ni los pensamientos, ni nada que no fuera tu cuerpo y el mío, jugando a conocerse y a provocarse más, otro poco más. Te veo y me veo en el espejo. Tu mano apenas toca la mía en un roce lento y acompasado. Y yo, que te veo al lado mío y todavía lo busco a Mauro en esa imagen, no puedo responder a tus caricias, y contengo el llanto. Quizás hubiese sido mejor que el espejo me devolviera una imagen como la de ellos dos en la peli, vestidos en la misma cama, deseándose con la mirada, hablándose, conociéndose con palabras. No estamos vestidos, como ellos. No hablamos ni nos quedamos dormidos acompañándonos. No entiendo qué hago acá, en este hotel, con vos. No sé si fue lo mejor. Quisiera preguntarte, como ella le pregunta a él sobre la vida. Quisiera contarte y que me escuches. Ojalá no hayamos echado todo a perder. Tu cuerpo me gusta. Vos me gustás. Me gustó mucho tenerte en mi cuerpo. Pero estoy muy angustiada ahora, y quisiera estar sola, para poder llorar.

miércoles, 11 de abril de 2007

Casi no nos miramos a los ojos.

Creo que vine preparada para escucharte, y hasta para entender. Pero no estoy preparada para mirarte a los ojos. Será que me es difícil volver a mirarte con los mismos ojos en los que quedaron grabadas aquellas imágenes, no sé. Y a vos te costará por vergüenza, o por tristeza, o por no saber qué hacer con el dolor que te devuelven mis ojos. Tampoco sé. Pero casi no nos miramos.
Vos me hablás del antes, de mi distancia, de mi reclusión en la beca, de mi falta de interés de estos últimos tiempos. También hablás de tu confusión, de tu dejarte llevar por lo que de entrada sabías que no conducía a otra cosa que a esto. Y de lo que me amás. Y me decís muchas otras cosas. Algunas las registro bien, otras ni las oigo. Otras prefiero olvidarlas. Yo casi no hablo. Ni de mi amor, ni de nada. Sólo te agredo con palabras sueltas y me silencio hasta la incomodidad. Te provoco con preguntas de las que los dos sabemos la respuesta. Después te escucho más allá de lo que vos mismo estabas dispuesto a decir. Descargo mi humillación. Me tranquilizo. Reflexiono.
Y entonces lloramos juntos. Puteamos. Rercordamos. Sonreimos. Hasta nos acariciamos las manos. Pero todo eso, casi sin mirarnos a los ojos.
Y ya en la calle, parados los dos en la puerta del bar, escucho tu adios, Flaca, cuidate..., y cuando tus manos levantan despacio mi cara, yo cierro los ojos y siento cómo unos labios -que ya no saben a vos- se apoyan en un beso, tibio, sobre los míos. Y recién ahí entiendo.
Casi no nos miramos a los ojos. Ya no veríamos lo que veíamos al mirarnos.

lunes, 2 de abril de 2007

Prefiero esperar.

No estoy lista para hablar ahora (¿cuándo se está listo, en realidad, para enfrentar al dolor sabiendo que uno va a su encuentro?) ... y en serio tal vez me merezco esto y mucho más, pero démonos aunque sea la posibilidad de hablar, dale... beso, Flaqui, te amo... Y yo, parada ahí, frente al contestador, mientras miro la luz roja titilando pienso que no, no puedo todavía hablar con él sin desmoronarme del todo.
Ya pasó una semana. No sé medir el tiempo en términos lógicos. No puedo saber si "ya es hora de que hablemos de lo sucedido" o no. Pero tengo las marcas de la imposibilidad en el cuerpo. No, todavía no.
Son las once de la noche, por suerte ya es una hora tolerable para meterme en la cama sin sentir que lo único que quiero hacer es eso, meterme en la cama. No soporto verme así, sentirme así, me desconozco. Ni siquiera toqué un solo papel del proyecto en toda esta semana. Eso no me lo perdono. Sí, ya sé, es entendible, no fue cualquier semana. Pero de todas maneras, no me lo perdono. Mañana retomo sí o sí. Aparte, los plazos me corren. No voy a llegar si sigo sin escribir. Laburé mucho en este proyecto, no puedo dejarlo caer ahora. Qué bien me vendría que me acepten la beca. La distancia ayudaría, claro que ayudaría. Tengo que conectarme con eso, sí, y dejar de pensar todo el tiempo en Mauro y en lo que pasó. Igual, me gane o no la beca, antes tengo que resolver las cosas con él. Es lo que corresponde. Bah, lo que corresponde... como si él hubiera hecho las cosas como corresponde. Pero bueno, me conozco, y yo no podría irme sin arreglar antes las cosas con él. Aunque de acá a que presente todo y salgan los resultados falta tanto. Me gustaría desmaterializarme y materializarme de nuevo dentro de dos meses, con la beca ganada, y ya en España. Qué bronca, me vendría bárbaro viajar ya mismo y patear el tablero aunque sea una vez. Patear el tablero, qué expresión antigua. Tengo que enfrentarlo, tenemos que hablar. Más vale no dejar pasar más tiempo. Mejor me dejo de dar vueltas y me duermo. Mañana retomo la beca. Mañana lo llamo. De mañana no pasa.
Entra un mensaje al celular. Es de Rafa, ... viste qué linda está la luna hoy?...
Sonrío. No sé si contestarle. Mejor me duermo. Mañana retomo la beca, mañana llamo a Mauro, de mañana no pasa, sí que vi la luna hoy, siempre miro la luna.
Sonrío.

domingo, 1 de abril de 2007

Qué se yo.

No sé si lo intuía. No sé si lo imaginaba, o si lo sabía. Qué se yo. Todo quedó como en un antes y un después, entendés? Y ahora no puedo pensar en lo que me pasaba antes. Sí que te entiendo, me dice Paz mientras saca la pava del fuego. Pero bueno, intento ayudarte a encontrar por qué pasó lo que pasó. ¿No estarías descuidando mucho la relación con Mauro con esto de tu focalizarte en lo tuyo, me dice haciendo con los dedos el gesto de comillas para focalizarteenlotuyo?, ¿no pensaste en que quizás vos tenés algo de responsabilidad en todo esto? Y ojo, que no estoy justificando lo que hizo, pero bueno, qué se yo, estas cosas no se dan de un solo lado, nunca. Pero por favor, Paz, no me vengas con psicologismos a esta altura. Mauro me está poniendo unos cuernos así de grandes con una mina que yo misma le presenté ¿y vos me venís con que las cosas no siempre son de un solo lado?, ¿encima de boluda tengo que sentirme culpable, ahora? Disculpame, Flaca, no me malinterpretes. Te juro que no quise hacerte sentir peor, en serio. Al contrario. Intento ayudarte a pensar de dónde viene todo esto. Pero tenés razón, quizás no sea éste el momento, me dice, y se estira hacia mí hasta que sus manos me acarician el brazo una, mil veces. Automáticamente las lágrimas vuelven a chorrearme la cara, el cuello, todo. Otra vez lloro. Otra vez enmudezco. Otra vez me invaden esas imágenes. Mauro, María, yo llegando... Yo paralizada.
Y otra vez me siento en medio de una soledad que ya conozco, en la que ya estuve otras veces, y de la que quisiera escapar para siempre. Esa misma soledad en la que me sentaba a mirar esas fotos de papá que ya me conocía de memoria, en silencio y esperando a que mamá -o alguien, cualquiera- pasara cerca y, con una palabra, me rescatara de esa mirada absorta en la sonrisa congelada, en el movimiento construido, en la imposibilidad de formar parte de esa escena, pero de la que me apropiaba para, aunque sea, tenerlo de algún modo.