domingo, 26 de agosto de 2007

Otra despedida

Fabiola estiró la mano con el vaso de fernet al grito de por el mejor viaje de tu vida, Flaca.
Y porque no pares hasta descubrir la planta del placer, agregó Paz riéndose. Se sumaron los vasos del resto de la mesa y Aníbal aprovechó para levantarse y hacer uno de esos discursos que tanto le gustan. Pobre, no es que no me importe, pero la verdad es que no lo escuché. Miré a la puerta, volví a sonreír y cabeceé en señal de agradecimiento. Sonreí para Mariela también, que queda rarísima en medio de este bar lleno de humo, ruido y música que en su vida habrá escuchado.

Volví a cruzarme con la mirada de Fabiola, que seguía cómplice mi fuga mental. Che, Fábiol, ¿de Rafa sabés algo?, ¿dijo si venía?
No sé, Paz nos mandó mail a todos, imagino que sí, no creo que te falle...
No, no me fallaría -me apuré a contestar intentando disimular un poco- después de todo él sabe que no me gustan las despedidas. Viste que éstas son ideas de Paz. Que cómo te vas a ir como si te fueras a Chascomús, que un viaje así merece una despedida con todas las letras, que dejá que yo me ocupo, que olvidate de todo, vos sos la agasajada.
Se nota que te quiere mucho Paz.
Sí, es como mi hermana, yo no sé que hubiera sido de mí sin ella en más de una. La miro del otro lado de la mesa y le guiño el ojo. Ella me responde el guiño y dice: siguen llegandooo...
Ya me parecía que no iba a dejar de venir, pienso mientras giro la cabeza hacia la puerta. Pero no, es Susana.
Pobre, te hicieron venir hasta acá a vos también, le digo mientras la abrazo.
¡Y cómo me la iba a perder, nena, te nos vas a cruzar el charco, no podía no estar acá!

El alcohol y la música hicieron lo suyo y al rato ya estábamos todos bailando. Todos, hasta Susana. Todos, menos Mariela que se fue antes porque es que me tengo que levantar temprano mañana para llevar a los chicos al colegio.
Y nos quedamos hasta que nos hicieron notar que el bar cerraba.

Paz y Pablo me acompañaron hasta mi casa. Estuvo lindo al final ¿viste, Flaca?, dijo mientras me abrazó fuerte. Ahora, no seas gila y no te pongas a pensar boludeces. Y llamame mañana si te parece que no llegás con todo. Si no, igual, hablamos durante el día y te pasamos a buscar a las ocho para llevarte a Ezeiza.

No supe cómo agradecerle. Pero eso no me preocupa, ella sabe bien que mis lágrimas en su hombro fueron eso, mi agradecimiento. Por estar en todo, hasta en lo que se me cruza por la cabeza.

Y sí, la verdad es que estuvo linda la despedida. Por momentos logré olvidarme de que estábamos ahí por mi viaje, de que yo no había querido esa despedida, y hasta me sentí como la novia o la quinceañera de la fiesta a la que todos agasajan. Y me olvidé por completo de que irme me asusta y hablé del viaje como lo mejor que me podía pasar en la vida.

Me logré olvidar de muchas cosas. Menos de Rafa.
Lo vi en cada uno que llegaba. Revisé el celular miles de veces esperando, por lo menos, un mensaje. Y lo imaginé en cada puerta que se abría.

Pero no, no vino.

lunes, 6 de agosto de 2007

Una despedida

Quedamos en el bar de siempre. Esta vez yo llegué primero y me senté en la mesa de la ventana, como la última vez. No me importó lo que pensaras, que si estaba ansiosa, que si tenía ganas de verte, que si hacía mucho que esperaba este momento. Llegaste y nos besamos, ya sin dudarlo, en la mejilla (pero nos miramos como creo que nos vamos a mirar siempre que nos encontremos, aunque seamos muy viejitos y pase lo que pase).
Y tardamos en hablar.

No sabía que te habías mudado a tu nueva casa. Ya sé, pero es tu casa. Ya la vas a sentir así, es cuestión de tiempo, ¿no?
No, no me llegó el mensaje. ¡En serio! ¿por qué voy a mentirte? Te lo hubiera respondido. No. La que me lo dijo fue Paz.
¿Y yo?, Ah...¿dónde voy a parar yo?... No, mejor no, dejémoslo así. Prefiero que no nos comuniquemos mientras estoy allá, sabés...
Es más, ya decidí que no voy a chequear el mail de siempre. Prefiero que no. No quiero estar pendiente de noticias tuyas, ni sentirme obligada a contestar nada. Ya sé, ya sé, no es lo mismo saber que podemos encontrarnos a la vuelta de la esquina. Pero es mejor así. Viste que igual, viviendo a veinte cuadras, no nos cruzamos nunca en estos meses. Es mejor. Dale, no vamos a buscarnos ahora excusas para volver a complicarnos la historia...
La beca, en principio, es por seis meses. Me imagino que será ése el tiempo que esté por allá (qué loco... cuando vuelva ya vas a ser papá). Eh...?... ¿Rafa?, no, prefiero no hablar con vos de Rafa. No empieces. Yo no te pregunto por María.
No sé, creo que no sé muy bien para qué te cité. Quizás porque sentí que no podía irme sin despedirme y porque tal vez cuando vuelva ya no dé ni para un encuentro como éste, qué se yo.

Pero ¿qué querés que te diga?, ¿qué querés escuchar? Claro que vos también aparecés en mi día a día, no te lo voy a negar. Pero espero que ya se nos vaya pasando, ¿no?
No, no es de superada, es de realista.
No sé si te acordás cómo nos separamos vos y yo. Digo, porque parece que acá yo soy el mal bicho y resulta que el que eligió en su momento, fuiste vos. No empieces con que no elegiste, Mauro. Claro que elegiste.
No, si no quiero pelear, pero... Bueno, bueno, está bien no sigo. Claro que no vine a eso. Sí, dale, decime.

Es que no existe el un día quizás... Mauro, ya lo sabemos...
Shhh. Dale, no sigas. Por favor. No la hagas más difícil.
Ojalá que no, no me gustaría seguir lamentando más cosas de esta historia.
No, por lo menos yo no vine a eso. Ya te dije, porque creo que no hubiera podido tomar ese avión sin despedirme de vos.

No, no quiero decirte nada más.
Y bueno, sí, será hasta cuando sea...



Chino, ¿nos cobrás?



miércoles, 1 de agosto de 2007

Boleto

Qué bueno, el último de los de uno está libre. Es mi asiento preferido. Y es donde cumplo con mi ritual colectivero: me acomodo, pongo el boleto en el borde del asiento de adelante -en la ranurita que queda entre el plástico del reborde y la fórmica del respaldo-, le doblo la puntita izquierda, y empieza el viaje. Muchas veces fantaseé con que algún día voy a volver a subir al mismo colectivo y voy a encontrar otro boleto mío. Nunca me pasó. Pero igual los dejo ahí.

Estos boletos no son como los de cuando era chica, los que te daba el colectivero y que los cortaba con la maquinita dentada. Eran lindos esos boletos. Tenían colores. Rayas. Números grandes. Coleccioné mucho tiempo los capicúas (¿dónde los tendré?, en algún lugar deben estar guardados). Me pasaba horas acomodándolos, por color y por orden de numeración.
Y después, los otros montoncitos que tengo por ahí guardados son los que tienen la letra de él con la suma de los números. La letra de él fue la pe en un momento, la jota en otro, y después hubo otras pero que no tuvieron su montoncito guardado.

A ver... cuánto hace que no saco la letra de un boleto. Uno más uno más cuatro, seis; más uno, siete; más cinco, doce; más cuatro: dieciséis. A, b, c, d,... o.
No conozco ningún hombre que tenga un nombre que empiece con la letra o.
Si salía la erre o la eme, se me terminaban todas las complicaciones. Todos los fantasmas y todas las dudas se resolvían porque mi camino hacia uno o el otro estaba "sellado en la tinta del destino".
¿Y si le agrego la che y la elle? Ahí da ene -y por una mi destino era Mauro-, pero no, nada de trampas, siempre fue el abecedario sin che ni elle, pero con eñe. Igual, el único que conozco con la letra ene es Nicolás, el cadete de la oficina. Y no me gusta ni un poco.
Así que, si San Boleto, al que hacía años que no consultabas, te manda una o empezá a pensar por qué, Flaca.

Pero... si hubiera salido Rafa o Mauro... rafa "o" mauro... ¿No será eso? Y sí, la verdad que es hora de dejar de patear la pelota para afuera, no?
No podés seguir con los dos todo el tiempo en la cabeza, Flaca. Y encima cada vez sos más confusa con ellos por no saber qué carajo hacer con lo que sentís.
Estás a días de tomar ese avión, ¿no pensás dejar de dar vueltas y aclarar de una vez cómo son las cosas, realmente, para vos?

Decidite, Rafa o Mauro.
O... ¿ninguno de los dos?