miércoles, 26 de agosto de 2009

Exorcismo

Después de él, no volví a enamorarme.
Enamoramientos sí tuve, y muchos. Enganches de los que me costara salir, también. Pero volver a amar, en cambio, no. Como si con aquella ilusión compartida de un amor para siempre hubiéramos hecho un eficaz conjuro contra la posibilidad de enamorarme de otro. Y como si con él se hubiera ido de mí la capacidad de volver a abrir mi alma. Porque finalmente qué es amar a otro sino eso, abrirle el alma.

El Flaco tenía esa llave y se la llevó el día que decidí dejarlo. No importa cómo y por qué lo dejé. Ése es otro tema.

Con él nos conocimos hace doce años. Soñamos con dormir juntos durante ocho meses y después compartimos la cama, durante cuatro años. Elegimos irnos juntos de vacaciones, siempre a un lugar diferente, siete veces. Nos mudamos dos veces de casa. Caminamos uno al lado del otro ida y vuelta, de San Telmo a la Reserva, todos los jueves a la mañana mientras no lloviera, durante tres años. Pasamos de desayunar juntos compartiendo el mate y la lectura del diario los domingos, a hacerlo cada uno por su lado un año antes de separarnos. Vivimos llamándonos con los nombres con los que nos bautizaron más de veinte años y pasamos a rebautizarnos con el sobrenombre que compartimos al mes de conocernos. Disfrutamos, sufrimos o puteamos a razón de una película por semana mientras estuvimos juntos. Nos reímos casi tantas veces como disfrutamos un silencio compartido. Perdimos la cuenta de la cantidad de veces que nos cogimos, mucho más rápido de perder la cuenta de las veces que nos evitamos. Nos vimos por última vez el último día de mis veintinueve años. Y no dejé de sonreirme al recordarlo ni una vez en estos últimos cinco años.

El Flaco era así, tan racional y a su vez tan visceral como este vómito de fechas y cantidades que me apareció en la memoria desde esta mañana cuando me levanté soñándolo, otra vez. En este sueño él se acercaba a mi oído y me decía no me la llevé yo, tonta, la tenés vos. Así de clarito.

Y cuando me di vuelta y sentí que el brazo de Rafa se reacomodaba para seguir abrazándome, intenté pensar en cuánto hacía que no me daban ganas de volver a entredormirme con un hombre en mi cama y recordé que había sido con él, con Rafa, meses antes de irme a Madrid. En eso estaba cuando volví a dormirme en su abrazo. Y al despertarme otra vez algo de aquel sueño volvía en imágenes y sensaciones, pero no alcanzaba a recordar cuál era la frase que el Flaco me decía al oído.

Acabo de arreglar con Rafa que en un rato voy para su casa, que hoy cocinamos juntos y dormimos allá. Y hasta ahora, por más que intento que la frase vuelva a mi memoria, no pude volver a recordarla.