jueves, 29 de marzo de 2007

Qué difícil estar acá.

La oficina está más ruidosa que nunca. Todos entran y salen, tipean en sus computadoras, suenan los teléfonos, hablan fuerte, se ríen, comentan el programa de ayer. Y a mí me pesan los ojos. Me laten. Debo estar hecha un monstruo. Nadie me dijo nada, pero se me debe notar en la cara. Es indisimulable. Encima las cosas acá no están como para faltar. Si en cualquier momento caen a auditarnos. Igual, ¿qué hubiera hecho?, ¿quedarme en casa dándome máquina?, ¿llorando, puteando, tirada en la cama? Mejor era despejarme. Pero no me despejo nada. No paro de pensar. Por lo menos no estoy tirada en la cama. Ellos siguen riéndose sobre el programa de ayer. Cómo te lo perdiste Flaca, me dicen. No sabés qué bueno que se puso. De los mejores capítulos. Qué lástima que no lo viste. Justo ayer. A vos, que te gusta tanto cuando se arman esas situaciones entre ellos dos, y que parece que no van a poder resolver nunca. Los guionistas son geniales, eh. Hay que ver cómo lo resuelven la semana que viene. No te lo podés perder, no. Y yo sonrío como si estuviera prestándoles atención. Intento comentar algo. No me sale mucho, pero ellos no se dan por enterados. Vuelvo a mi teclado, a mi pantalla, a trabajar, o por lo menos, a hacer que trabajo. Levanto la vista. Todos siguen en la suya menos Rafa. Él me mira. Me sonríe. Como preguntándome qué me pasa, o como diciéndome sé que te pasa algo. Le sonrío. Vuelvo a bajar la mirada. Trago saliva, miro el teclado. No quiero que se me escape una sola lágrima.

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